Con María se puede atravesar el temor la incertidumbre o la tristeza que provoca la enfermedad.

Como a muchos de ustedes, desde muy pequeño mi madre y mi abuela me llevaban a la Iglesia con gran ilusión: querían que se fuera sembrando en mi interior la certeza de la presencia de un “Dios Padre y Madre” que estaría conmigo en todo momento si le abría mi corazón. De la misma manera, en los momentos más dolorosos, ellas me invitaban a poner mis miedos y mis dolores más insoportables en las amorosas e infalibles manos de María, nuestra Madre.

Experimentaba que, por más difícil que fueran las circunstancias y por más abrumador que fuera el temor que me sacudía por dentro, siempre había una presencia de alguien cuya mano me sostenía y me ofrecía la caricia sanadora en medio del dolor más intenso. Descubrí que la situación no se resolvía como por arte de magia, sino que aquella presencia me aseguraba el poder salir adelante si tenía fe, confianza y hacía un compromiso. 

Ante la situación histórica de la reciente pandemia que nos toca atravesar, le pedí a la Virgen María una vez más que me acercara a Jesús, con la certeza de que su Hijo es el camino para descubrir al Padre, para que me muestre cómo atravesar los temores que siento.

• La fe de los más necesitados

En mis veinte años de sacerdocio, he sido testigo de la fuerza transformadora que tiene la fe cuando se camina junto a otros. En situaciones terribles, experimenté cambios inauditos que le dieron mayor sentido a mi vida y a mi búsqueda de plenitud, incluso donde nadie más creía que había manera de percibir la presencia de Dios. 

Pero la más fuerte constante en esas conversiones rotundas que he podido presenciar como gracia ha sido la mediación de María. Su amor me ayudó e hizo posible que superara los miedos y encontrara dentro de mí las fuerzas necesarias para enfrentarlos y asumir la verdad, sea cual sea.

Sé que no soy el único que pasó por esta experiencia. La he visto en muchas ocasiones, con mayor impacto, en aquellos que el mundo considera “los excluidos”, “los descartables”, “los ignorantes” y “los que no tienen nada que ofrecer”. A pesar de que estaban atravesando situaciones desesperadas, que parecían no tener salida, su corazón se abría de verdad debido a que no tenían nada más que perder. Quizá sienten que ya lo han perdido todo, por eso dejan a un lado las interpretaciones racionales y entran en contacto con su dolor, su miedo y el de quienes los rodean. Solo ellos pueden abandonarse en una fe que puede transformar completamente la vida.

• Dos actitudes posibles

Esta inédita y terrible pandemia trastoca seriamente nuestras vidas porque es una situación límite, ante la que nos sentimos profundamente impotentes. El miedo nos inunda, nos desestabiliza e irrumpe en nuestros espacios comunes. Ante ese temor, tenemos dos caminos:

1- Sucumbir ante él, abandonar cualquier intento por salir adelante y rechazar la posibilidad de superar la confusión, el dolor y la pérdida de sentido que podemos llegar a experimentar.

2- Asumir ese miedo desgarrador, tratar de comprender la realidad –o la parte de ella, la que alcancemos a entender–, encontrar las fuerzas internas a pesar de nuestra fragilidad, para afrontar la pandemia y transformar ese temor en una actitud de confianza en uno mismo, en otros que crean en posibilidades más allá de la situación de dolor, y encontrar la voz de Dios que nos habla a través de las mediaciones de esa realidad.

SI QUERÉS LEER EL ARTÍCULO COMPLETO LO PODÉS LEER EN LA REVISTA DE JULIO-AGOSTO 2020.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº223 (JUL-AGO 2020)