Por primera vez en la historia, un prócer argentino será beatificado.

En Piedra Blanca, una ciudad de la provincia de Catamarca, en Argentina, se paseaba a diario un niño de cinco años con la humilde vestimenta de los franciscanos. Era –nada más y nada menos– que Mamerto Esquiú, quien creció para convertirse en sacerdote y en una de las personalidades políticas y religiosas más relevantes de su tiempo. El franciscano pasó a la historia como un prócer que hizo patria con su elocuencia, al pregonar la paz y la fraternidad en la calle, en el púlpito de la iglesia y en el recinto legislativo.

Nació en la Argentina el 11 de mayo de 1826. Durante sus primeros años de vida fue un chico débil y enfermo que se salvó por la fe de su madre. Esta, al ver que su hijo no mejoraba a pesar de la medicina, le hizo una promesa a Dios: en caso de curarlo, lo vestiría todos los días como San Francisco de Asís. De este modo, el “frailecito” expresaba que su vida estaría dedicada a Dios.

A los 10 años de Esquiú, al fallecer su mamá, los franciscanos lo recibieron en el convento. Con el tiempo, Mamerto se convirtió en un hombre prudente, permanentemente dispuesto a ayudar y cercano a los más necesitados. Por su formación y compromiso social, desempeñó los cargos de Convencional Constituyente, Legislador y Consejero de Gobierno. Lejos de considerarse un “hombre político”, halló en el ejercicio de los cargos públicos una forma de servir y de ser coherente con su fe, al ser portavoz de los más necesitados. Fue un gran orador, tuvo un apasionado accionar político y, siempre que tuvo la oportunidad, abogó por la consolidación de la unión y la fraternidad en su país. 

EL MILAGRO DE LA BEATIFICACIÓN 
Se le atribuye a la intercesión del fraile la curación de una niña que padecía osteomielitis. Los médicos no vieron un buen pronóstico y recomendaron amputar la pierna. Su madre, no perdió la esperanza y rezó con fe para que su hija se curara. A la semana, la niña se recuperó completamente y no quedó ningún rastro de haber padecido la enfermedad. 

A los 27 años, se enfrentó a los poderosos y defendió la Constitución Nacional para la consolidación de la República, y se pronunció a favor del nuevo modelo de país. Durante sus discursos rogó fervientemente respetar la nueva norma para eliminar las divisiones y dio gracias a Dios por la existencia de una nueva ley, ante la cual los argentinos podían ser todos iguales. Tiempo después fue nombrado obispo de Córdoba, honor que él consideraba inmerecido.

Muy delicado de salud, había viajado a la provincia de La Rioja para predicar y dialogar con los gobernantes que se habían atribuido unas tierras pertenecientes a la Iglesia. A los 56 años murió en esta travesía sofocado de calor.

Por orden del presidente Julio A. Roca, su cuerpo fue desenterrado para que se realizara una autopsia y, sorpresivamente, los médicos decretaron que, aunque estaba maltrecho por la enfermedad y los percances del largo viaje bajo el sol, su corazón se encontraba incorrupto. Y este símbolo de fidelidad a Dios se mantuvo intacto con el paso de los siglos.

Fray Mamerto fue reconocido por su humildad y su cercanía a los más necesitados. Según contaban los lugareños, se podía reconocer el obispado por la cantidad de pobres que rodeaban el edificio para recurrir a la caridad de Esquiú. Además se dedicó a escribir acerca de la realidad de su tiempo, tanto en sus diarios personales como en distintos periódicos de la época. Hoy en día se lo recuerda como un gran periodista que sostuvo como regla para sus notas “no escribir ni publicar aquello que no se pueda sostener como caballero”.

El fraile supo lo que era habitar en una Argentina dividida: vivió en tiempos de caudillos y de guerras civiles. Se comprometió fuertemente con la realidad social de su país, con la consolidación de una nación unida y con el fin de los enfrentamientos armados. Por eso se lo considera un hombre de leyes que alcanzó la santidad por su compromiso con la patria.

Equipo de Redacción


ENTREVISTA

El proyecto del oratorio 

Cristo Vive, ¡Aleluia! dialogó con la arquitecta Marina Fernández Maidana,  elegida para la construcción del oratorio oficial del futuro Beato Esquiú. “Fue algo inesperado. Una sorpresa de Dios para mí. No me sentía ni digna, ni cerca, de la elección”, expresó Marina quien pertenece a los grupos del Movimiento de la Palabra de Dios en  la provincia de Catamarca. 

Todo comenzó con una llamada telefónica desde Buenos Aires cuando la invitaron a presentar una propuesta. “Trabajé mucho en la elaboración del proyecto, hice varias consultas, especialmente a los frailes. Fue un camino de ida y vuelta en los diálogos e intenté poner una impronta más juvenil, ‘del siglo XXI’ , obviamente, sin perder la esencia del carisma franciscano”, relató la arquitecta. “Como catamarqueña, siento a Fray Mamerto como un santo muy amigo, lo que me llevó a orar y preguntarle en todo tiempo cómo quería que fuera su casa. Intentaba descubrir cómo plasmar el espíritu de humildad y sencillez propio del fraile”. 

El oratorio se construyó en el Convento Franciscano San Pedro de Alcántara en la ciudad de Catamarca. En el edificio se destinó un gran espacio en donde se podrán venerar las reliquias del beato.

Al finalizar la entrevista, Marina expresó: “Aún no puedo dimensionar lo que puede significar esto, pero sé que como arquitecta y católica todo es doblemente significativo para mí. No fue un trabajo más y sé que será de gracia para muchos”. 

Laura di Palma

Cristo Vive, Aleluia! Nº 226 (mar-abr 2021)