Editorial de la Palabra de Dios

¿Cómo distinguir la inspiración de Dios de la sugerencia del maligno?

Una voz clara

El Señor nos llama por nuestro nombre porque nos ama. En el pasaje del Buen Pastor leemos que “las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una” (Jn 10,3). Pero también dice el Evangelio que hay otras voces que no debemos seguir: las de los extraños, ladrones y salteadores que quieren el mal de las ovejas. Estas diferentes voces resuenan dentro de nosotros: la voz de Dios, que habla amablemente a la conciencia, y la voz tentadora que conduce al mal. ¿Cómo podemos reconocerlas, cómo podemos distinguir la inspiración de Dios de la sugerencia del maligno? Así como sabemos distinguir un idioma de otro, también podemos distinguir la voz de Dios y la voz del tentador: hablan dos idiomas diferentes, es decir, tienen formas opuestas de llegar a nuestro corazón. 

Dos idiomas distintos

La voz de Dios nunca obliga: Dios se propone, no se impone. En cambio, la voz maligna seduce, asalta, hace fuerza: despierta ilusiones deslumbrantes, emociones tentadoras, pero pasajeras. Al principio halaga, nos hace creer que somos todopoderosos, pero luego nos deja vacíos por dentro y nos acusa: “No vales nada”. La voz de Dios, en cambio, nos corrige con paciencia, y siempre nos anima y nos consuela: alimenta la esperanza constantemente. La voz de Dios tiene un horizonte; en cambio, la del maligno nos pone contra la pared, arrincona.

Las posibilidades del tiempo presente

La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos en los miedos del futuro o en la tristeza del pasado: nos devuelve la amargura, los recuerdos de las injusticias sufridas, de los que nos han hecho daño, ¡tantos malos recuerdos! En cambio, la voz de Dios habla al presente: “Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes practicar la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los pesares y remordimientos que mantienen tu corazón cautivo”. Nos anima, nos hace avanzar, pero habla al presente.

¿Caprichos o paz?

Las dos voces plantean diferentes preguntas en nuestro interior. La que viene de Dios nos dice: “¿Qué es bueno para mí?”. En cambio, el tentador insistirá en otra pregunta: “¿Qué me apetece hacer?”. La voz del mal siempre gira en torno al ego, a sus pulsiones, a sus necesidades, al todo y ahora, como los caprichos de los niños. La voz de Dios, en cambio, nunca promete alegría a bajo precio: nos invita a ir más allá de nuestro ego para encontrar el verdadero bien, la paz. El mal nunca nos da paz, causa frenesí primero y deja amargura tras de sí. 

¿El encierro o la libertad?

La voz de Dios y la del tentador, en definitiva, hablan en diferentes “ambientes”: el enemigo prefiere la oscuridad, la falsedad, el chismorreo; por el contrario, el Señor ama la luz del sol, la verdad, la transparencia sincera. El enemigo nos dirá: “Enciérrate en ti mismo, porque nadie te entiende ni te escucha, ¡no te fíes!”. El bien, contrariamente, nos invita a abrirnos, a ser claros y a confiar en Dios y en los demás. Muchos pensamientos y preocupaciones nos llevan a recluirnos en nosotros mismos. 

Prestemos atención a las voces que llegan a nuestro corazón, preguntémonos de dónde vienen y pidamos la gracia de reconocer y seguir la voz del Buen Pastor, que nos saca del redil del egoísmo y nos guía hacia los pastos de la verdadera libertad. 

Papa Francisco