Si alguien me preguntara: “¿Qué es lo más importante que Dios me da hoy para vivir?”, mi respuesta sería, aunque quizá suene raro para algunos y cuestionable para otros: “Mi comunidad”.
No porque sea “mi” comunidad, sino porque es un regalo de Dios. No solo porque seamos un grupo de gente distinta sino porque, a pesar de la variedad de dones y de nuestras diferencias, somos uno.
No por las virtudes que nos caracterizan, sino por los límites que nos ayudan a crecer en el amor y a contar con el otro para caminar.
No porque siempre estemos bien, sino porque juntos buscamos caminar las gracias y las pruebas que el Señor nos regala con alegría.
No porque allí aprenda cómo vivir sin cometer errores, sino porque puedo poner de mí todo lo que tengo, así como está, y me puedo equivocar y, de esa forma, aprender.
No porque quiera dar una buena impresión a los demás, sino porque la comunidad es el lugar sagrado donde Dios me espera y recibe en los hermanos.

Es así como se gesta el genuino testimonio del amor. Por eso, aunque pequeña y sencilla, mi comunidad encierra un misterio sagrado dador de vida…

Amo a mis hermanos y me siento amada por mi comunidad. La construimos no con lo que hacemos o tenemos, sino con lo que somos: dones de Dios.

En Cristo fuimos elegidos nosotros: Aquel que dispone de todas las cosas y las somete a su voluntad decidió que fuéramos pueblo suyo a la espera del Mesías, con el fin de que sea alabada su gloria. También ustedes, al escuchar la Palabra de la Verdad, el Evangelio que los salva, creyeron en él, y han sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido, que es el anticipo de nuestra herencia. Por él va liberando al pueblo que hizo suyo, para que el fin sea alabada su gloria (Cf. Ef 1, 1-14). Amén.

Carolina Banquero
Tandil – Prov. de Buenos Aires

N. de la R: Carolina, oriunda de la ciudad de Balcarce (Buenos Aires), tiene 25 años y estudia Ingeniería de Sistemas.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº174 – SEP-OCT-2023