El Cursillo de Evangelización de 1976 asentó la gracia que había recibido en la Pascua del 74 y que luego fuimos trabajando con otros jóvenes con el acompañamiento pastoral de P. Ricardo: el encuentro con Dios vivo en su Palabra, la oración espontanea y la vida fraterna. Una gracia que nos desbordaba y no podíamos guardar, teníamos que transmitirla a otros.
De un modo particular, el Cursillo me llevó a una opción por Jesús como Señor de mi vida, entregándole todo a Él, confiando en que su camino era lo mejor para mí, haciéndolo Señor de mi estudio y trabajo, de mi estado de vida…
Es lo que expresamos de algún modo en la oración que hicimos con Daniel unos meses después, al entregarle nuestra pareja, para que en nosotros no se realice más que su voluntad. Que nuestra pareja tuviera su Presencia en todos los momentos compartidos y que nuestros corazones no se cerraran nunca a su llamado. Entregarle a Jesús el camino que nos daba a recorrer juntos. Que nuestro amor creciera desde el suyo y así aprendiéramos a amar como Él lo hace. No olvidarnos que lo que somos y tenemos le pertenece como nuestro único Señor, merecedor de toda alabanza. Entregarle nuestro futuro y en Él depositar nuestra confianza, pidiéndole que nos bendiga y proteja de toda tentación.
La gracia de ese Cursillo fue el cimiento sobre el que buscamos desarrollar nuestra vida en el carisma, en todos estos años que transcurrieron desde entonces. El camino de nuestra dedicación matrimonial a Él, la familia donde nos bendijo con cuatro hijos y hoy con una nieta, las profesiones, el servicio dentro de la Obra.
Y aunque tenemos conciencia de que llevamos ese tesoro en recipientes de barro (cfr. 2 Cor. 4, 7), el Señor nos dice “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” (2 Cor. 12, 9).
Margarita Ridruejo
Centro de Devoto
1- cfr. “Te entregamos Señor”, Margarita y Daniel, Cristo Vive Aleluia! Nº 5, p. 13, 1976.