Editorial de la Palabra de Dios

Hay personas que toman la iniciativa de enfrentarse a los conflictos armados con actitudes innovadoras, pacifistas y efectivas.

En los 25 años que llevo cubriendo noticias internacionales en diferentes lugares del mundo, el Señor me dio la posibilidad de estar en varias guerras, contar de cerca el sufrimiento de muchos y experimentar incluso en mi propia psiquis el daño que produce la violencia y la muerte de gente inocente.

Por eso, cuando se acercaba la Jornada Mundial de la Paz en el primer día de este año 2014 tenía ganas de hacer para el diario La Nación, donde trabajo ahora, algo diferente. Y le propuse entonces a mi jefa de Política Internacional una nota sobre “la paz”. Su cara de desconcierto fue similar a la que me hubiera puesto si le proponía realizar un artículo sobre la belleza de la primavera.

Un diario se nutre de notas que llamamos “sexys”, con gancho periodístico, de lectura irresistible. Y “la paz”, así en abstracto, no reúne ni de lejos esas condiciones. Pero a lo largo de mi carrera tuve la oportunidad de conocer gente que realmente me sorprendió en su compromiso por la paz y que supo encontrar la vuelta para hacer que la paz sea más fuerte que la guerra. Si yo lograba presentar su labor de manera “sexy”, la nota iba a ser publicada.

Uno de los ganchos periodísticos más conocidos es lo “curioso”. Y revisando mi archivo, recordé entonces varias historias de gente que de forma innovadora está derrotando a la guerra, líderes que apelan a recetas “curiosas” y logran formar, como decía san Juan Pablo II, “una cadena de unión más fuerte que el odio y la guerra”.

Me acordé, por ejemplo, de la historia de una monja siria que, portando una bandera blanca, demostró ser mucho más efectiva que cientos de misiles para convencer a los rebeldes. Otro caso fue el del líder israelí que, en lugar de aplastar a sus enemigos palestinos, se propuso enriquecerlos para ayudarlos a salir de la pobreza y convertirlos así en sus aliados. Otra iniciativa muy curiosa fue la de un colombiano que frente a la violencia de la guerrilla y de los narcos, vio que era necesario enseñar a perdonar. Investigó en la universidad de Harvard cómo era el proceso del perdón como valor humano, más que religioso, y creó unas exitosas “escuelas del perdón”. Finalmente recordé el caso de un brasileño que, abrumado por el poder de los narcotraficantes en Río de Janeiro, pensó: “¿Será posible derrotar a los narcos formando grupos musicales?”.

Y no se trató en absoluto de propuestas naífs. Todo lo contrario, surgieron de gente que conoce a fondo la idiosincrasia de sus comunidades y que, pruebas al canto, tuvieron resultados sorprendentes, lo que les dio trascendencia internacional.

Otra señal de su efectividad es que los “señores de la guerra”, una industria que mueve varios miles de millones de dólares al año, detestan a estos líderes y sus ONG. Y muchos de los impulsores de estos proyectos terminaron convirtiéndose en verdaderos “mártires” y pagaron con su propia vida la defensa de vías alternativas para lograr la paz.

Mi jefa finalmente escuchó toda mi propuesta sobre “los creativos de la paz” y sonrió. Coincidió en que tenía mucho “gancho”.

Aquí van entonces las historias que se decidieron publicar en la primera página del diario de un domingo, el más leído de la semana, en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz.

Colombia

Una red de escuelas donde se enseña a perdonar

“El perdón no es patrimonio exclusivo de las religiones, sino uno de los activos sociales más importantes para el progreso de los pueblos”, sostiene el colombiano Leonel Narváez, que justamente se especializó en la Universidad de Harvard en “Resolución de conflictos”.

En los noventa, Narváez fue uno de los mediadores en el diálogo entre el gobierno colombiano y las FARC en el Caquetá. A partir de allí investigó cuáles eran los factores que favorecían el perdón y la reconciliación como valores humanos. Así nacieron, hace diez años, las Escuelas del Perdón y la Reconciliación, una organización en la que trabajan 1400 voluntarios en 12 países, y que en 2006 recibió de la Unesco el Premio Educación para la Paz.

“El perdón no puede ser sinónimo de impunidad, ni se opone a la demanda de justicia”, me dijo Paula Andrea Monroy, que dirige la Fundación para la Reconciliación, donde funcionan las escuelas.

Su método de trabajo son talleres de 11 sesiones de cinco horas de duración, en grupos de 15 a 20 personas.

“Lo que hacemos es invitar a las personas, generalmente familiares de gente asesinada, a realizar una ‘resignificación’ de lo ocurrido”, dijo Monroy. “Si a una mujer le mataron a su esposo, nuestra propuesta no es que ella pueda dejar de ver al asesino como lo que es, pero puede experimentar un alivio enorme si logra reconciliarse con las circunstancias de la vida que hicieron que hoy su esposo ya no esté a su lado”, agregó.

En Colombia, estos talleres trabajan especialmente con los familiares de víctimas del narcotráfico y de la guerrilla, en momentos en que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos lleva conversaciones de paz con las FARC.

“Frente a la irracionalidad de la guerra, proponemos la irracionalidad del perdón como gesto heroico”, remarcó Monroy.

Sin embargo, la fundación no tiene una visión simplista del conflicto colombiano, ni tampoco niega la necesidad de que los líderes políticos aborden otras causas estructurales.

“No podemos negar que en la base de este conflicto hay factores objetivos de exclusión económica, social y política. Pero también hay factores subjetivos de rabia, odio y deseos de venganza acumulados a lo largo de décadas. Y, sobre eso, nosotros podemos trabajar”, finalizó Monroy.

Israel

El alcalde judío que compartió las riquezas de su ciudad con una aldea palestina 

“¿Puede haber una paz duradera si un vecino es rico y el otro es pobre?”. Veinte años atrás, el alcalde judío Danny Atar, de la ciudad norteña israelí de Gilboa, de 32.000 habitantes, se hizo esta pregunta mirando a la empobrecida aldea árabe vecina de Jenin, de 50.000 habitantes, en Cisjordania.

Este ex teniente coronel del ejército israelí se reunió entonces con el alcalde palestino Kaddura Musa, de Jenin, un ex militante de Al-Fatah que pasó 12 años en las cárceles de Israel. Juntos lanzaron una iniciativa conjunta llamada “Construir la paz local”.

“Del lado palestino la situación era de hambruna. Por eso decidimos ayudar al enriquecimiento palestino abriendo un paso fronterizo” a través del muro que separa ambas ciudades, me explicó en su momento Atar. El alcalde gestionó la concesión de permisos laborales para los palestinos de Jenin que deseasen cruzar a Israel para buscar trabajo. Al mismo tiempo, se incentivó a los israelíes a realizar sus compras y utilizar los servicios del lado palestino, donde los precios eran notoriamente más bajos. Así, en dos años, la desocupación en Jenin cayó del 42% al 18 %.

Pero del lado árabe las iniciativas de Musa siempre enfrentaron resistencia entre algunos líderes palestinos.

En mayo de 2012, en un episodio confuso, un grupo armado baleó la residencia del alcalde palestino y Musa murió pocas horas después. El sitio palestino Europe and Middle East News lo recordó como “el mayor traidor asociado con la así llamada ‘normalización’ con los sionistas colonialistas en los territorios ocupados”.

Pese a todo, la iniciativa perdura. En noviembre pasado estuve en Gilboa y Jenin y pude ver cómo los trabajadores palestinos cruzan tranquilamente la frontera. Y los israelíes ya se acostumbraron a ir al lado palestino para realizar sus compras.

Siria

El insólito poder de la monja que enfrenta a los misiles

En octubre pasado, la gestión pacífica de la monja católica Agnes-Mariam de la Croix mostró ser mucho más efectiva que los misiles del gobierno sirio que durante meses intentaron dominar la ciudad de Moadamiya, bajo control rebelde, y donde la población estaba sufriendo la hambruna. Vestida con su hábito de la orden de las carmelitas y con una bandera blanca en la mano, la superiora del monasterio de San Jaime en Malula, cerca de Damasco, se animó a ingresar en la zona insurgente, donde una docena de francotiradores ocultos en los edificios apuntaban hacia ella.

En las horas siguientes no se supo nada. Pero, finalmente, la madre Agnes-Mariam emergió de la aldea encabezando una multitudinaria marcha de 6500 mujeres y chicos hambrientos, que fueron liberados para recibir alimentos y atención médica.

“Nosotros tenemos una red de contactos con todos los líderes de los clanes y tribus”, me contó por teléfono la madre Agnes-Mariam, presidenta de la organización Mussalaha (reconciliación, en árabe).

Mussalaha sostiene que el tejido social básico de Medio Oriente son los clanes. “Un clan puede tener más de dos millones de personas que viven no solo en Siria, sino en el Líbano o Jordania, y que no siempre comparten el mismo pensamiento político”, señaló.

La organización decidió trabajar entonces con los jefes de los clanes para lograr acuerdos de paz y compromisos de no agresión, y la credibilidad de la madre Agnes-Mariam tomó dimensión internacional.

“Nuestra propuesta de reconciliación se basa en escuchar a todas las partes. Y tenemos asegurado el apoyo de la mayoría de la población que, como en todo el mundo, es amante de la paz. Así buscamos arrinconar a los ‘señores de la guerra’ que están en todos los bandos y solo buscan la destrucción”, dijo la monja.

Brasil

Un grupo de afro-reggae que le hace frente al poder narco

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) estima que los grupos criminales brasileños, enquistados en las favelas, obtienen ganancias de 479 millones de dólares anuales. Para combatir su influencia, en 1993, los organizadores de fiestas Anderson Sá, José Junior y Altair Martins se propusieron sacar a los chicos pobres de las redes del narcotráfico a través de la cultura, el arte y la música afro-reggae.

“Hace 20 años, la gente veía a los chicos en la calle o a los jóvenes en las favelas y los consideraba irrecuperables, pensaba que terminarían como ladrones o narcotraficantes. Lo que hicimos nosotros fue tenderles una mano a esas personas a las que nadie les había ofrecido una oportunidad distinta. Y, a través de la cultura, alimentamos su autoestima, su dignidad, y les hicimos ver que tienen la capacidad de transformar sus vidas”, me explicó Zé Junior, coordinador ejecutivo de la ONG AfroReggae en un viaje que hice a Río de Janeiro.

La organización tiene hoy sedes en seis favelas de Río, actúa en todo Brasil y se extendió a otros países de América latina, África, Medio Oriente e, incluso, a barrios pobres de Europa.

Sus más de 50 proyectos de música, danza, arte, capoeira, teatro, circo, salud, idiomas, negocios y reciclaje de basura involucran a unos 11.000 jóvenes solo en Brasil.

Los duros comienzos del grupo, en medio de guerras entre narcotraficantes y la policía militar, a las que pusieron como alternativas el reggae, el rap, el soul y el hip-hop, fueron retratados en el premiado documental Favela Rising (2005).

Pero la labor del grupo está en conflicto con los intereses de los narcos. En junio del año pasado, AfroReggae resultó víctima de varios atentados por parte de una facción de la banda narcotraficante más poderosa de Río, Comando Vermelho. Y ahora el líder de AfroReggae ya no puede andar por las calles sin escolta.

“No es algo que me haga sentir cómodo. Nos aleja de la comunidad que ayudamos a construir, pero confío en que será la misma gente de la comunidad la que finalmente nos seguirá dando garantías de seguridad”, dice Zé Junior.

Rubén Guillemí

Publicado en Cristo Vive ¡Aleluia! Nº193 (JUL-AGO-2014)