Soy María del Carmen y participo en la Obra desde los comienzos de los grupos de oración en Junín, prov. de Buenos Aires.
Había terminado el colegio secundario y comenzaba a transitar mi carrera docente, pero una vocación más profunda me llevaba a buscar algún grupo de fe en mi parroquia. Después de un tiempo de encontrarme con dos o tres jóvenes que tenían más o menos las mismas inquietudes, llegó a la parroquia Osvaldo, acompañando a un nuevo sacerdote de los Hijos de Santa María Inmaculada; era un laico que había participado de los grupos del Movimiento. Fue él quien nos invitó a ir a la ciudad de Buenos Aires para participar de una Jornada de María que se haría en la localidad de Quilmes.
Pudimos viajar y desde el momento en que entré al lugar en donde se celebraba la Jornada, escuché los cantos y los testimonios, supe que había encontrado mi lugar donde quería permanecer; porque a medida que iba recibiendo el anuncio de la Palabra, iba teniendo la certeza de que quería vivir así.
Experimentaba que todo lo que vivía: la oración espontánea, la fraternidad, el compartir… ya estaban en mi interior y empezaba a descubrirlos. Más tarde entendí que esto era la identificación con el carisma, y como si me mirara en un espejo, encontraba en la Obra lo que Dios había sembrado desde siempre en mi interior.
Para la Semana Santa del año 1984, ya éramos alrededor de diez los que quisimos participar del retiro de Pascua del Movimiento. Viajamos más de seis horas en tren, con colchones al hombro porque dormiríamos en los salones de un colegio.
Ese fue el momento que Dios tenía preparado para gestar su Obra en Junín, porque después de esa experiencia, en ese mismo colegio que nos albergó, le manifestamos a Osvaldo que queríamos ser parte del Movimiento. Él se iba a vivir a Ushuaia, así que fue un pedido y un reclamo, «pero vos te vas…», le dije… Su respuesta fue para mí un llamado: «Jesús te tiene a vos«.
Así comenzamos a tener nuestras primeras experiencias de oración espontánea, y encontrar a Jesús que nos hablaba en la Palabra, nos cambió la vida. Empezaron a visitarnos en distintos momentos del año los primeros misioneros que llegaban desde Buenos Aires. Nosotros viajábamos para participar de las Jornadas de Pentecostés, de María… Jornadas de Adviento, también los retiros espirituales que nos tocaban y a hacer la escuela de coordinadores. Cada viaje era una oportunidad para recibir las gracias del carisma, y nos deslumbraban las novedades del Espíritu, la alabanza, las bendiciones fraternas, el discernimiento… Cada gracia recibida.
Todo me llevaba a cuestionarme ¿Cuánto más tiene Dios para mostrarme? Y experimenté que sus regalos son inagotables…
Dos años después de aquella invitación, me encontraba invitando a otros a participar del primer Retiro de Pascua del Movimiento que se realizaría en Junín. Ya, en el Encuentro en la Palabra del día jueves, Jesús me decía “síganme, y yo los haré pescadores de hombres”, confirmando aquel llamado que quedó grabado en mi corazón.
Hoy, casi 40 años después, participar de este carisma es actualizar la presencia de Dios en mí, porque puedo escuchar su voz en la Palabra y responderle con mi oración y con mi vida, eligiendo el estilo del Evangelio. Es ser parte de una comunidad de hermanos y hermanas que ora, comparte y celebra el amor de Dios en la vida fraterna; es comprometerme con el anuncio para que todos encuentren en Jesús y en su Palabra, el Camino que plenifica, la Verdad que ilumina y la Vida en abundancia.