Para los refugiados, cruzar el Mediterráneo en un bote de madera es una forma de escapar de la muerte.

Al hablar de inmigrantes o refugiados algunos se refieren a ellos como los “esclavos modernos” por estar sometidos a la terrible selección natural que imponen las condiciones del territorio africano, las redes de tráfico de personas, la explotación laboral y sexual, el hambre, la persecución religiosa y la guerra: ellos solo pueden elegir si vivir entre las bombas que caen en sus tierras por los continuos conflictos bélicos, o lanzarse a navegar con la esperanza de sobrevivir.

Una y otra vez, las experiencias por las que atraviesan se convierten en noticias. Se calcula que, en lo que va del año, 426 personas fallecieron en el mar tratando de llegar a las costas de Europa. Los que corren el mayor riesgo son aquellas familias que toman la ruta que parte desde Libia, en África. Sin embargo, los inmigrantes se enfrentan a una amenaza mayor: los guardacostas. En la Unión Europea, estos hombres se encargan de detenerlos y llevarlos a centros dondese los maltrata y encarcela. Allí son privadosdel sueño, de comida y de las mínimas condiciones de dignidad.  

En la actualidad, muchos países intentan blindar sus fronteras. En Europa, por ejemplo, Italia y Malta se niegan a abrir sus puertos; y la decisión política de permitirles desembarcar puede demorarse semanas mientras que los “viajantes” esperan en alta mar. Y aunque ha habido denuncias de que a bordo se vive una situación higiénico-sanitaria intolerable, los funcionarios mantienen los puertos cerrados a los barcos de rescate.

El 21 de agosto, un grupo de refugiados que viajaban en un barco rescatista fue recibido en el puerto de Lampedusa, Italia, después de 19 días esperar el permiso para desembarcar. El buque pertenecía a la ONG española Proactiva Open Arms y transportaba a 160 migrantes que habían sido rescatados en el Mediterráneo entre el 1 y el 10 de agosto. Durante el viaje, los refugiados debían dormir en la cubierta y compartir los únicos dos baños que había; situación que se extendió casi tres semanas gracias a las políticas migratorias italianas. Las condiciones a las que fueron sometidos hizo que muchos de ellos enfermen y fueran llevados a tierra para ser asistidos. Otros, desesperados, se arrojaron al mar para intentar llegar a tierra firme. Finalmente, se les permitió la entrada a los 83 migrantes que aún estaban en el barco con el fin de incautar la propiedad de la ONG por “no poseer permiso para rescatistas”.

El Papa Francisco no deja de suplicar a las naciones que reciban a los miles de inmigrantes que arriban a sus costas, pero es alarmante la incapacidad de los gobiernos y de la sociedad en su totalidad de dar respuesta a esta realidad mundial: cobijar a los sin techo, los refugiados, los que no tienen trabajo, los hambrientos… También si miramos hacia América resulta desolador que el presidente de Estados Unidos anuncie, con bombos y platillos, que su gobierno empezará a detener y a deportar a las personas migrantes. 

Igualmente, aún hay esperanzas en quienes no les dan la espalda a los necesitados. Existen organizaciones que trabajan para denunciar la vulneración de los derechos humanos y la criminalización de la solidaridad con los refugiados y migrantes, como la Caravana Abriendo Fronteras y la ONG Proactiva Open Arms de España, una nación que se ha convertido en el primer país europeo de acogida para los que atraviesan el Mediterráneo. 

“Ningún político evitará que protejamos la vida humana en el mar”, sentenció Oscar Camps, fundador de Open Arms, el 10 de agosto. 

Son más de 68,5 millones de personas las que han tenido que abandonar su hogar en los últimos cinco años para salvar su vida. Según ACNUR (Agencia de la ONU que socorre a estos inmigrantes),nueve de cada diez refugiados están en países en vías de desarrollo. Los pueblos más empobrecidos son los que acogen a la mayoría de estos hermanos necesitados, de los cuales el 51% son menores de 18 años. 

“Estamos ante el mayor éxodo que ha conocido la historia de la humanidad”, indica el informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Pero, si el mandato de Dios es: “No molesten a los refugiados que vivan entre ustedes. Trátenlos y ámenlos como si fueran ustedes mismos” (Lev 19, 33-34), la pregunta que surge es: ¿quién puede determinar quién vive y en dónde?

Ante esta realidad tan acuciante de tantos hermanos en la fe, no dudamos en proclamar: “¡Poderoso Señor de nuestra historia, no tardes en venir gloriosamente!”. Nosotros, los creyentes, “de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia” (2Ped 3,13) y sabemos que nada se escapa de las manos del Creador. 

Laura di Palma 

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº219 (SEP-OCT 2019)