828 millones de personas padecieron hambre durante el 2021.
“Nuestro planeta está ardiendo”, afirmó Antonio Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas. “Navegamos aguas turbulentas. Se avecina un invierno de descontento a escala mundial. La crisis del costo de la vida está haciendo estragos. La confianza se desmorona. Las desigualdades se disparan.”1 Sin lugar a dudas, un panorama desolador.
Desde hace tiempo, la ONU levanta las alarmas sobre el inminente peligro de hambruna en algunos países, como Somalia, Yemen, Siria y Pakistán.
“La gente está sufriendo y los más vulnerables son los que más sufren. La carta de las Naciones Unidas y los ideales que representa están en peligro. Tenemos el deber de actuar y, sin embargo, estamos atascados en una disfunción global colosal”, advirtió Guterres.
Pandemia, conflictos bélicos, calentamiento global, crisis inflacionaria, subida de precios, desigualdades y tensiones internacionales, son parte del escenario caótico que vivimos en esta primera parte del siglo XXI. Algo, que por demás está decir, afecta la seguridad alimentaria mundial.
Cada 16 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Alimentación. Esta fecha, promovida por la FAO (Organización de las Naciones Unidas por la Alimentación y la Agricultura), es un llamamiento mundial a la solidaridad para garantizar el acceso a alimentos inocuos, saludables y nutritivos a todas las comunidades.
El hambre extrema y la mal nutrición hacen que las personas sean menos productivas y más propensas a sufrir enfermedades, por lo que no suelen ser capaces de aumentar sus ingresos y mejorar sus medios de vida. Un esquema circular del que es difícil escapar.
¿Objetivo inalcanzable?
En 2015, la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible y el segundo de los objetivos lleva la propuesta de “Hambre cero”. Cabe la pregunta: si en la actualidad existen cerca de 800 millones de personas que padecen hambre, ¿qué hacemos como humanidad para llegar a esa meta en los próximos ocho años? La hambruna sigue siendo un enorme obstáculo para el desarrollo sostenible de los pueblos.
Necesitamos construir un mundo en donde todos, en todas partes, tengan acceso regular a suficientes alimentos nutritivos. Nadie debería quedarse atrás. Cuando alguien se queda atrás se rompe una cadena. Esto repercute no solo en la vida de esa persona, sino también en la nuestra.
El Papa Francisco, en el 2021, expresó a los miembros de la FAO: “Es importante, sobre todo, garantizar que los sistemas alimentarios sean resilientes, inclusivos, sostenibles y capaces de proporcionar dietas saludables y asequibles para todos. (…) El factor fundamental para recuperarse de la crisis que nos fustiga es una economía a medida del hombre, no sujeta solamente a las ganancias, sino anclada en el bien común, amiga de la ética y respetuosa del medio ambiente.”2
En este aspecto, ante semejante crisis mundial es urgente plantear soluciones globales que apunten a una mejor producción y distribución de los alimentos, algo que está estrechamente ligado al cuidado del medio ambiente.
Al contemplar el plan de salvación de Dios, es asombroso que en el año 2015 el Santo Padre nos haya regalado la Encíclica Laudato Sí’ sobre el cuidado de nuestra casa común…
Nota: por Laura di Palma
Leer artículo completo en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 238 – Octubre 2022