Un mensaje de María nos dispone a la gracia de la Navidad.
“¡Queridos hijos! También hoy les traigo en brazos al Niño Jesús, Rey de la Paz, para que los bendiga con su paz. Hijitos, hoy los invito especialmente a ser mis portadores de paz en este mundo sin paz. Dios los bendecirá. Hijitos, no lo olviden: yo soy su Madre. Los bendigo a todos con una bendición especial, con el Niño Jesús en mis brazos. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!” (Medj. 25/12/2005).
“La paz les dejo, mi paz les doy. No como el mundo la da” (Jn 14,27). Estas palabras de Jesús vuelven a nuestra memoria cada vez que María habla de paz. Hay de hecho una diferencia abismal entre la paz que viene de Dios y la que viene del mundo. La verdadera paz es don de Dios, fruto de su amor purísimo. La paz que da el mundo, podrá ser como máximo fruto de solidaridad humana, podrá contener algún reflejo del amor divino, pero nunca ser su fruto.
Conocemos bien nuestros límites, las tentaciones repetitivas de defender o imponer la paz con las armas; antes era con la espada, hoy día con terribles instrumentos de destrucción. Entonces, quizás ahora más que antes, el nuestro es un mundo sin paz. Y será siempre así mientras busquemos la paz solo con nuestras fuerzas, hasta que nos decidamos a implorarla y recibirla de Dios. No es fácil, pero es la única posibilidad de frenar el odio, la enemistad, las divisiones que avanzan entre las civilizaciones, entre los estados, entre los pueblos, pero también en el interior de cada nación, del mismo credo religioso, de la misma ciudad, de la familia. La división hoy día penetra la psique del individuo creando malestar o enfermedades más graves que en el pasado.
¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Partamos de donde comienza el mensaje: “Queridos hijos, también hoy les traigo en brazos al Niño Jesús, Rey de la Paz, para que los bendiga con su paz”. Desde aquí hemos de comenzar. Aquel niño está en los brazos de María, no para ser mimado por su Madre o admirado por nosotros; está allí para que nos sea donado (“les traigo”), está allí para que lo acojamos. Recibamos a Jesús en nosotros, y su bendición hará brotar la paz, porque Él es el Rey de la paz…..
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