Sus características trascienden los meros atributos que la sociedad le otorga.

El ser humano vive expresándose por medio de su cuerpo. Por la calle los hombres caminan, hablan y se mueven en multitud. Lo que vemos, apreciamos o tocamos tiene la forma física de un cuerpo humano y cada cuerpo es semejante a otros pero distinto de los demás.

Podemos preguntarnos: ¿qué es el cuerpo para el ser humano? ¿El cuerpo totaliza toda la persona humana de modo que por él se expresa y en él se acaba?

Como creyentes y cristianos, sabemos que el saber del hombre no se acaba en los datos sensitivos que nos da nuestra corporalidad. El ser humano es también un ser cultural capaz de pensar racionalmente y de desarrollar un conocimiento científico, relacional y cultural. Pero además, nosotros contamos con datos que vienen de la revelación que Dios hace a la humanidad. La fe le alcanza al pensamiento humano también datos sobre la trascendencia de la persona.

En una parábola primordial en la Biblia (en Génesis 2, 18ss.), Dios aparece creando al ser humano. El hombre es un proyecto de Dios. Él lo crea con un elemento físico que es la tierra. El Dios artesano modela un cuerpo de tierra que permanece inerte. Para que tenga vida, Dios sopla sobre su cuerpo y le da un elemento espiritual que trasciende y anima al cuerpo.

Al recibir el soplo de Dios, se suceden varias cosas:

  • El ser humano está sustancialmente compuesto por dos principios o realidades: la material visible y la espiritual invisible. Por la primera está sometido al tiempo histórico y, por la segunda, a la eternidad de Dios.
  • Al recibir el soplo de Dios, el ser humano aparece como imagen de Dios. Por eso es un ser personal. En la naturaleza hay cuerpos animados pero no son personas sino animales. No son capaces de ser dueños de sí mismos, de progresar y de amar.
  • El ser humano tiene un cuerpo personalizado, pero la persona no se agota en él, sino que es la hermosa creación humana del amor de Dios. Existen otras personas que no están corporizadas. Tal es el caso de las Personas de la Trinidad divina y las personas de los seres angélicos.

Al igual que la persona, el cuerpo es único, singular y personal. No es como un robot de funcionamiento mecánico, es una realidad “carnal” pero no meramente impulsiva o instintiva que “animaliza” a la persona. Esa es la concepción materialista de la vida. La persona en esa concepción queda sometida al consumismo de la alimentación y a la expresión genital del sexo.

Por la fe sabemos, y como seres humanos lo experimentamos, que en la naturaleza humana hay un desorden interior que invita y empuja a la persona a vivir desordenadamente respecto de la calidad de vida dada y querida por Dios. Esta “tendencia o inclinación al mal” es lo que teológicamente se llama concupiscencia (Cf. 2 Pd 1,4) y al mal obrar, la revelación de Dios lo llama pecado.

Pero eso no quita que la persona pueda tener un cierto dominio de sí y de su “naturaleza adámica”. La misma persona que se expresa por su cuerpo y es dueña de su naturaleza debe trabajarla y darle forma de imagen de Dios en la búsqueda de la santidad.

Podemos indicar el valor dado al cuerpo por la gracia y el Amor de Dios señalando lo siguiente:

El cuerpo como creación de Dios es parte sustantiva del proyecto que Él le da a la persona humana. No es un elemento secundario, ni una cáscara que, tras su muerte, se tira y a la cual no se le da importancia. Aun en la trascendencia eterna de la persona, ésta requiere su cuerpo que la completa como ser humano. De aquí que, aunque sea un misterio, la fe de la Iglesia hable de “la resurrección de la carne o de los cuerpos” (Cf. 1 Cor 6, 14).

Dios mismo ha asumido el cuerpo humano para revelarse históricamente a los hombres en Jesús de Nazaret. Su cuerpo, al ser entregado en el suplicio de la cruz, ha servido para quitar el pecado del mundo y establecer una nueva alianza entre Él y los hombres.

Como la muerte no puede limitar a Dios, el cuerpo humano de Jesús ha sido glorificado en su resurrección y es señal del amor que Dios nos tiene en la integridad de nuestro ser.

La vida nueva que caracteriza al cuerpo y la naturaleza humana de Jesús se derrama y circula en la comunidad de la Iglesia, por eso ésta se la puede denominar “cuerpo místico de Jesús”.

El cuerpo humano ha sido creado por Dios en la diversidad de dos cuerpos: el cuerpo masculino, que en su vigor físico puede ser considerado como expresión de la fuerza de Dios, y el cuerpo femenino, que en su delicadeza puede ser considerado expresión de la belleza de Dios.

Tanto el cuerpo masculino como el femenino, en el proyecto bíblico de Dios están orientados al matrimonio, a la procreación y a la comunidad familiar de la sociedad.

Por sí mismos, para Dios, el cuerpo humano tiene un valor incalculable para la santidad. Después de afirmar que el cuerpo no está hecho para la fornicación y la prostitución, el Espíritu deposita, a través de san Pablo, esta pregunta: “¿No saben ustedes que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo que habita en ustedes y ha recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos” (1 Cor 6, 19-20).

Padre Ricardo

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 189 (SEPT-OCT 2013)