El Espíritu Santo no abandona su obra.

Probablemente, alguna vez, tuvimos momentos de desierto… Yo los tuve. Después de mi viudez, en el año 1999, estuve sumergida en un pozo.


En 2008 presencié la misa de Pascua en la Parroquia de Nuestra Señora de Loreto, de la localidad de Sarandí, Avellaneda (Buenos Aires). Mientras escuchaba la homilía, sentí cómo el Espíritu Santo se hizo presente en mí.


En mis oídos y en mi corazón resonaron estas palabras: “Renovar y regar con la presencia de Jesús la tierra reseca y dura de nuestro corazón”. Me conmoví. Fue la primera vez que escuché la Palabra del Señor y comprendí qué mensaje tenía para mí.


Al finalizar, dijeron los avisos y uno de ellos fue la inscripción para realizar el Proceso Comunitario para la Confirmación (PCC). Me acerqué con miedo al rechazo, ya que en ese momento tenía 55 años y, al ver tantos jóvenes, creí que era exclusivo para ellos.


Ese año me confirmé (2008). Al año siguiente hice el primer retiro de Pascua en el Movimiento. El lema fue: “Le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31). Desde ese momento, empecé a encontrarme más con el Señor, en comunidad, con la Palabra; descubrí el compromiso de compartir la vida con otros. Hoy pienso que solo Él me marcó el camino en medio del desierto.


En el grupo, éramos treinta. Al transcurrir los años, quedamos quince. Ocurrió que, con una de las hermanas, “entré en un desierto” de mala convivencia. No sé cuándo empezó. No teníamos problemas visibles, pero era “cuestión de piel”. Fue mi constante preocupación, porque me esforzaba por agradar y no lo conseguía. Hubo muchos encuentros fraternos con los coordinadores. Personalmente también lo discerní con un sacerdote. Yo seguía con aspereza.


Luego del retiro de Pascua de 2019, comencé a ir menos a la comunidad. Durante 2020 tuvimos encuentros esporádicos virtuales y, a fines de ese año, me mudé a Mar del Plata, con la excusa de pasar la pandemia lejos de Buenos Aires.


La realidad de estar afuera de mi grupo ya se consumaba.


Pasaron dos meses de “relax” y comencé a buscar grupos de oración. No sentí que pertenecía a ninguno, hasta que durante una noche de encuentro para rezar el Rosario online, una de las organizadoras me contactó con la responsable pastoral del Movimiento en esa ciudad.

descubrí el compromiso de compartir la vida con otros.


En Pentecostés del 2021 ingresé a un grupo allí. Ese año el lema fue: “La fe con obras, la esperanza con una firme constancia y el amor con fatigas” (cf. 1Tes 1, 3b).


Movilizada por el amor fraterno de mis nuevos hermanos del Centro pastoral de Mar del Plata, el Señor me mostró nuevamente lo que significa el sostén de una comunidad. En el 2022 fui nuevamente a misa a la parroquia en Avellaneda y supe que los hermanos del Centro de Loreto, al que yo pertenecía, estaban realizando su Jornada.


Inmediatamente sentí la necesidad de estar ahí y pasar tiempo con ellos…


Consulté si podía ir y fui. Me encontré y compartí con mis primeros hermanos de comunidad. Pedí al Señor que me diera la gracia de su mirada y amor incondicional. En la oración que hicimos todos juntos, volví a pedir la gracia de la reconciliación fraterna. Al abrir los ojos para bendecir a mi hermana, ya no estaba a mi lado. Sentí angustia. Entonces, volví a dialogar con el Señor y le dije: “Señor, lo intenté”. En ese momento alguien estaba a mi lado orando por mí… Era ella. La tomé de las manos… Nos abrazamos y lloramos juntas.


El Señor se derramó con su Espíritu Santo y nos reconcilió en medio de una oración de poder. El llanto limpió mi alma. Jesús me mostró mi fragilidad, y la puse a sus pies. Aprendí a reconocer mi debilidad. También aprendí que todo es un proceso. Toda reconciliación y sanación solo viene del Espíritu Santo por intercesión de María.


No hay mejor bendición que una reconciliación fraterna y transitar la vida sostenida en comunidad.


Paulina Romero
Centro Pastoral Mar del Plata
Prov. de Buenos Aires

Publicado en la Revista cristo Vive ¡Aleluia! Nº 249 – NOV 2023