Son inimaginables los frutos que puede dar una vida ofrecida en generosidad para la evangelización del mundo.
En 1944, un joven era ordenado sacerdote mientras el templo donde se realizaba la celebración temblaba a causa de los bombardeos enemigos. Soñaba con cruzar los límites de su país para evangelizar el mundo, pero la fascinación de Luis Faccenda por atravesar las fronteras se vio truncada por una delicada situación de salud. Sin embargo, su misión y su carisma los encontramos expandidos alrededor del mundo.
La vida de San Maximiliano Kolbe lo conquistó y quedó atrapado por una de sus expresiones: “tender la mano a todos y llevarlos a Dios por medio de la Inmaculada es una misión por la cual vale la pena vivir, trabajar, sufrir y morir”. De ese modo, el joven sacerdote se convirtió en un verdadero apóstol mariano. Su obra evangelizadora se sostuvo en el ideal de aquel santo: la consagración a la Inmaculada como el don de confiar la propia vida en las manos maternas de María y dejarse transformar por ella.
Con un corazón fiel, Faccenda convirtió cada obstáculo en un desafío. Ese ahínco lo hizo acoger la invitación del Papa Pablo VI para evangelizar América Latina: había fundado el “Instituto de las Misioneras de la Inmaculada – P. Kolbe” y en julio de 1969 envió las primeras tres mujeres misioneras a la diócesis de Azul en Argentina. Su búsqueda fue siempre obedecer el mandato evangelizador: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28,19) y promovió en el instituto la vocación de vivir su consagración a Dios en medio de la gente, llevando el anuncio y la presencia de la Virgen a todos los lugares donde se encontraban.
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