Martín relata su experiencia al encontrarse con Jesús por primera vez.

Empecé el Proceso Comunitario para la Confirmación (PCC) con muchas dudas y preguntas: ¿quién es Dios?, ¿y Jesús?, ¿realmente existen?, ¿dónde están? Pero, sin duda alguna, hoy puedo afirmar que conocer a Jesús es “un camino de ida”. ¿Cómo puedo sentir tanto amor y esperanza, tanta vida, y quedarme quieto sin hacer nada? Estar en presencia de Jesús es experimentar un amor que las palabras no alcanzan para describir; es la esperanza que alumbra de tal manera que no existe oscuridad alguna que la venza; es la felicidad eterna, sin tristeza que logre opacarla. 

Llegué a este lugar de Iglesia buscando algo junto a mis amigos y nos encontramos con personas que estaban en la misma situación, quienes hoy son mis hermanos de comunidad. Nos encontramos con los catequistas, que lograron ser Evangelio para nosotros con su alegría, sonrisas y su convicción. A los encuentros íbamos cada vez más ansiosos. Y, en un momento, Jesús nos llamó, y así como lo hizo Pedro, nos lanzamos a “caminar sobre el agua”, confiando ciegamente.

Creo que de eso se trata, tener fe y confianza por más mínima que sea, el Señor multiplica y devuelve en una medida mucho más grande. Sin darme cuenta, empecé a orar más seguido, ir a misa todos los domingos, leer y practicar la Palabra de Dios; sentí una conexión con Jesús, podía hablar con Él, que me escuchaba y respondía. 

Llegó el primer retiro y la cruz tomó significado en mi vida. Sin saber por qué, simplemente confié y mirando la cruz tuve cantidad de sentimientos a la vez. Una sensación de paz, amor, tranquilidad, esperanza y sentimientos que hicieron latir con fuerza el corazón. Y así como Jesús resucitó, lo hizo también en mí. Nací nuevamente en su amor, que cambió totalmente mi vida.
Pasó el tiempo, el vínculo fraterno con mis hermanos de comunidad se hizo más grande. Sentí cómo en el corazón de ellos vive también Jesús. Me acuerdo de orar con ellos y sentirme parte suya, acompañado y querido, así como Jesús lo hace. “Nadie se salva solo” dice el Papa Francisco, y Dios me regaló la oportunidad de hacerlo con ellos. 

A pesar de las caídas del camino, del miedo al cambio, al futuro, los enojos, dolores propios de la vida, estados de ánimo, el correr del tiempo, los pecados o errores de la Iglesia misma, el amor perseveró y venció, tal y como lo hizo en la cruz. Y es ese amor el que me mueve a vencer estas cosas que no me dejan verlo, y que a veces me hacen caer en tentación.
 
He aprendido que, a pesar de todo, el Señor me escucha, y que no hay nada que a Él no le pueda confiar. Orar es también sentarse y decir: “Señor, tengo miedo”. Y si tengo confianza, Él me ayudará. 

Dios es siempre más, Jesús me creó y me regaló lo que soy. Con todo eso elijo ser su discípulo, y ser el evangelio para otros, con mis palabras y acciones. Siempre acompañado del Señor, porque con Él, todo y sin Él, nada. Nuestra misión como cristianos es dar a conocer a Dios, y la clave es tener fe, es decir creer y confiar a la vez. En este mundo lleno de odio, violencia, superficialidad y consumismo, elijo ser cristiano. Y con fe, luchar para construir un mundo que conozca a Dios.

Martín Sambiasi
Concordia
Prov. de Entre Ríos

N. de la R.: Martín tiene 17 años y está transitando el último año de la escuela secundaria.

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 251 – MAR 2024