Editorial de la Palabra de Dios

El quinceañero en su corto tiempo de vida, utilizó las nuevas tecnologías para transmitir la belleza del evangelio

Carlo Acutis era un adolescente italiano de estos tiempos. Vital y bromista, amante de la vida al aire libre y los deportes, genio de la informática y muy activo en las redes sociales. Nunca dijo que tuviera vocación religiosa y tampoco murió mártir, pero su camino de santidad en los breves 15 años que vivió fue tan impactante y tan al alcance de cualquier chico del mundo de hoy que su proceso de canonización avanza a paso rápido. Murió en 2006 por una leucemia fulminante, fue declarado siervo de Dios y, en enero de este año, venerable. 

Para impacto de todos, cuando trece años después de su fallecimiento exhumaron su cuerpo, como parte de las normas en el proceso de canonización, lo habrían hallado incorrupto. “He recibido de la madre de Carlo Acutis la feliz noticia de que el cuerpo del joven venerable está incorrupto. Vi las fotografías pero no las puedo divulgar”, escribió el vicepostulador de la causa, padre Marcelo Tenorio, quien aclaró que la información aún debe ser confirmada oficialmente por fuentes médicas en el marco del trámite canónico.

Pero la declaración como venerable significa que Carlo Acutis ya puede ser venerado “por la forma excepcional y ejemplar” en que vivió su fe.

“Carlo era un chico absolutamente normal. Hizo lo que hacen todos los chicos de hoy: usaba la computadora, jugaba con amigos y llevaba una vida similar a la de sus compañeros de escuela. La única gran diferencia es que había colocado en el centro de su día el encuentro con Jesús en la Eucaristía”, explicó su biógrafo Nicola Gori. El libro lleva por título la frase más famosa del venerable: “La Eucaristía, mi autopista al cielo”.

Su camino de santidad tuvo tres ejes: la Eucaristía diaria, difundir y dar a conocer los milagros eucarísticos en las redes sociales, y la ayuda a los pobres. 

Cuando Carlo falleció en Monza, en el norte de Italia, la iglesia donde se realizó su funeral se llenó de personas que la familia desconocía. Eran cientos de pobres a los que Carlo ayudaba en secreto, muchos de los cuales le contaron a su mamá, Antonia Salzano de Acutis, que habían vuelto acercarse a la Eucaristía gracias al entusiasmo que su hijo les había contagiado.

Su mamá recuerda: “Desde que tomó la primera comunión, me pedía ir a misa todos los días. Ni mi esposo ni yo éramos practicantes, pero él fue mi pequeño salvador. Me contaba que cada vez que recibía la hostia consagrada, recitaba esta breve oración: ‘¡Jesús, ponte cómodo! ¡Esta es tu casa!’”.

Carlo pasaba además mucho tiempo frente al sagrario de rodillas. “Para prepararse para el encuentro con Jesús, hacía una breve adoración eucarística todos los días, antes o después de la misa. Él siempre decía que ‘frente al sol nos bronceamos, pero frente a la Eucaristía nos convertimos en santos’”, recuerda su mamá.

Otra frase que solía repetir Carlo era que los hombres actuales debíamos considerarnos mucho más afortunados que aquellos que vivieron hace dos mil años “porque esas personas, para tocar a Jesús y hablar con él, tenían que hacer largos viajes y, en todo caso, estaban limitados por el tiempo y el espacio. ¡Pero ahora siempre tenemos a Jesús con nosotros! Simplemente vamos a la iglesia más cercana… ¡y tenemos a Jerusalén en casa!”.

Su devoción por la Eucaristía la unió a otra de sus pasiones: la informática. Aunque la muerte lo sorprendió antes de completar sus estudios secundarios, Carlo tenía los conocimientos de un universitario. Sus intereses abarcaban desde la programación hasta el montaje de videos y la creación de sitios web. Se solía quejar: ¿cómo es posible que a un concierto de rock o a un partido de fútbol vaya tanto público y luego, frente al sagrario, donde está presente nada menos que Dios, uno ve tan poca gente?

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Así fue como armó una exposición sobre los milagros eucarísticos en todo el mundo, con paneles que diseñó e imprimió él mismo. Esa muestra ya se exhibió en todos los continentes y sigue dando vueltas mientras crece la fama de santidad de Carlo.

Además, subió a las redes videos didácticos diseñados por él para explicar temas tan complejos como la transubstanciación, o para impulsar la devoción a la Virgen María y el Rosario.

Parafraseando al apóstol Pablo, que reconocía en su persona la acción de la gracia y también el enorme trabajo personal para que ella no fuera estéril (Cf. 1Cor 15,10), Carlo dio testimonio del trabajo que tuvo que hacer sobre sí mismo para alcanzar el particular don de santidad que Dios le tenía preparado. 

Empezó definiendo su proyecto de vida como “estar siempre unido a Jesús” y llegó a la conclusión de que “todos nacen como originales pero muchos mueren como fotocopias”; para no “morir como fotocopia” y desarrollar la riqueza individual que Dios le había dado, su “brújula” sería la Palabra de Dios. En el trabajo sobre su persona, Carlo acudía a la confesión frecuentemente con esta idea: “El globo aerostático para subir a lo alto necesita que se le quite peso. De igual modo, el alma para elevarse al cielo necesita cortar todos los pequeños pesos que son los pecados veniales”.

Dios le dio a Carlo la gracia de saber sobre la cercanía de su muerte dos meses antes de su fallecimiento, cuando aún no se le había declarado la enfermedad. En un video, que aún hoy puede verse en las redes, Carlo reconoce: “Me voy a morir”, y con su enorme simpatía levanta las cejas, sus hombros y las manos en señal de resignación ante lo inevitable.

Su madre no entendió muy bien a qué se refería su hijo cuando le dijo en aquellos días que quería entregar sus sufrimientos por las intenciones del Papa Francisco y por la Iglesia. A principios de octubre de 2006 fue internado en el hospital San Gerardo, de Monza, supuestamente por una gripe muy fuerte; pero al ingresar al hospital, le dijo a su mamá: “De aquí ya no salgo”. Tras recibir la unción de los enfermos, murió el 12 de octubre, apenas tres días después de tener el diagnóstico de leucemia tipo M3, la más agresiva. 

 Rubén Guillemí

Publicado en la Revista Cristo Vive Nº 218 (JUL-AGO 2019)