Mariana y Federico le ofrecieron sus búsquedas familiares a Dios y descubrieron todo su cuidado.
En enero de 2015 participamos como servidores de una Convivencia de verano. Teníamos muchas inquietudes sobre nuestra disponibilidad a Dios y conservábamos en nuestro interior la pregunta de qué más teníamos para ofrecerle al Señor.
Hacía más de dos años que ahorrábamos y buscábamos comprar una casa. Nos estaba costando mucho conseguir lo que queríamos y esto se había vuelto un camino largo. Estábamos cansados de buscar y no encontrar; nos habíamos desilusionado.
Sin embargo, en esa Convivencia, el Señor fue más allá de nuestra dificultad y de la búsqueda material. Él nos mostró que su proyecto era más grande y perfecto. Solo quería que nos animáramos a vivir el presente como familia, desde una disposición distinta.
Después de muchas oraciones y encuentros con Dios, descubrimos que nos pedía disponibilidad, porque del resto se ocuparía Él. Ofrecimos nuestro proyecto y, desde esa entrega y del abandono de nuestros miedos, creció una confianza que no venía de nosotros sino de haber experimentado cuánto nos ama Dios.
Ese año lo comenzamos de forma diferente. Nuestras decisiones empezaron a ser otras, más libres y confiadas, porque creíamos que lo que Dios quería era lo mejor. Anhelábamos dejarlo todo en Él.
Todavía no aparecía una casa, pero nos animamos a completar el proyecto de familia que nos proponía Dios. Aunque no tuviéramos el lugar para vivir que tanto soñábamos y que tanta comodidad nos daría, queríamos dejarlo todo en las manos del Padre. Así, nos abrimos a la vida y nos lanzamos a buscar un hijo.
Ya avanzado el año, a partir de la experiencia de anunciarles a otros hermanos la propuesta del Capital del Señor1, uno de nosotros experimentó el llamado a diezmar. En medio de los ahorros y la búsqueda, Dios nos pedía un paso más de confianza y entrega total a Él.
Nos lanzamos: uno se animó a diezmar en su comunidad a comienzo del mes de abril y el otro acompañó. Y, a mediados de ese mes, encontramos la casa que buscábamos.
Comenzamos así un largo camino para poder comprarla: hubo muchas idas y vueltas, complicaciones, dificultades en la economía del país, créditos que tardaban en ser aprobados, una dueña que retrasaba la entrega, etc.
Pero finalmente llegó el día en que, por gracia de Dios y su providencia que se hizo presente en los préstamos de nuestras familias y la ayuda y la oración de amigos y hermanos, firmamos la escritura. No lo podíamos creer, la promesa de Dios se cumplía y era hermoso experimentar toda su generosidad.
Nos mudamos a la nueva casa, acompañados por Dios en el cuidado y la ayuda de familiares y amigos, y, como Él nunca deja promesas sin cumplir, una semana después supimos que esperábamos un hijo.
Ya logramos superar tres de las cuatro grandes deudas económicas de ese tiempo y el 6 de mayo de este año nació nuestro hijo, Felipe Manuel. Todo esto solo fue posible porque primero se lo ofrecimos al Señor.
“Dios, del que viene todo y que actúa en todo, quería introducir en la Gloria a un gran número de sus hijos” (Heb 2,10). Hoy, más que nunca, esto es una certeza para nosotros.
Mariana Blanco y Federico Schaeffer
1- El Capital del Señor está conformado con los aportes voluntarios y sostenidos a lo largo del tiempo de los miembros del Movimiento y desde él se responde a las necesidades económicas misionales de la Obra.
PUBLICADO EN LA REVISTA CRISTO VIVE ¡ALELUIA! Nº 203 (JUL-AGO 2016)