Se trata de buscar construir vínculos fraternos en donde reine la armonía y la unidad para gestar la humanidad propia de un mundo nuevo.
¿Será posible edificar una nueva construcción de convivencia en donde seamos soporte mutuo unos de otros? ¿Cómo hacerlo en medio de la pluralidad y entre tantos obstáculos sociales?
La primera comunidad cristiana no estaba formada por un grupo de personas uniformes. Entre los doce apóstoles había cuatro pescadores, un cobrador de impuestos y un feroz guerrillero. Jesús eligió la diversidad como rasgo de la comunidad de sus discípulos.
¿Qué pasó con sus enfoques socio-políticos, que eran tan opuestos? ¿Renunciaron a ellos o el amor desarmó los ejes de sus viejas pasiones y estas se revistieron de contenidos y formas que ya no atentaban contra la unidad?
Como discípulos del Señor, estamos llamados a construir una convivencia social, familiar y laboral que se desarrolle desde el amor.
La Palabra de Dios nos exhorta y hace una invitación: “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia sopórtense mutuamente por amor” (Ef 4,2). Es una gran labor que nos llevará esfuerzo, dedicación y tiempo; será un desafío cotidiano. Esto implica también trabajar nuestra propia naturaleza, como evitar discusiones inútiles, no favorecer las polémicas y poner lo importante en primer lugar (la caridad de Jesús y su buen trato).
El discípulo del Señor tiene vocación a vivir en la unidad, por eso no debe ceder a la tentación de enredarse en controversias carentes de valor y sentido. Pablo las llama “necias”, porque no nos instruyen ni contribuyen en nada para la vida de la caridad. También las describe como “insensatas”, es decir, sin sentido común, en definitiva, sin sentido.
Podemos reflexionar: ¿me dejo arrastrar por los debates tal cual vienen planteados o soy capaz de reformularlos para construir una realidad superadora en donde busque la unidad?….
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