Actualmente se necesita un reconocimiento teológico y práctico de  la mujer en la Iglesia y en nuestra sociedad.

Gracias a la actitud innovadora de Jesucristo respecto a las mujeres y al impacto que ellas tuvieron en la Iglesia de los orígenes, el cristianismo aportó una liberación a la subordinación de la mujer y al reconocimiento de su dignidad. 

Por eso, es necesario partir de la revelación de la Trinidad en Jesucristo para comprender a la mujer, creada a imagen y semejanza de Dios, lo que representa un desafío para la teología de la mujer. ¿Habría un arquetipo de la mujer en el misterio íntimo de Dios?

En ese camino, Juan Pablo II dio un primer paso al precisar la analogía entre la familia y la Trinidad en términos de “comunión de personas”, pero no especificó la relación entre las Personas divinas y la distinción hombre/mujer. No obstante, él indicó la relación íntima entre el Espíritu Santo como amor que da vida, y la mujer que da la vida (Cf. Gratisimam sane). 

La manera de ser y de amar de la mujer comporta cualidades indispensables para el progreso de la Iglesia y de la sociedad. En efecto, mirando a María mujer, su persona se desarrolla de modo ejemplar y fecundo por su disponibilidad nativa a la voluntad del Padre y al servicio de la Palabra de Dios en el Espíritu. La mujer se pone y se reconoce del lado del Verbo que es segundo, proferido, engendrado y fecundo a cambio de su amor consubstancial al Padre, que es “más” que filial en virtud del Espíritu que él espira en dependencia del Padre. De ahí, por consiguiente, la participación de la mujer en la dimensión nupcial y maternal del Verbo y del Espíritu, que se manifiesta en su manera de amar, de recibir y de auxiliar, pero igual en dignidad y doblemente fecunda.

La manera de amar de la Virgen María, tan íntimamente vinculada al Espíritu, se manifiesta en su disponibilidad inmaculada hacia el Padre (como esposa) y en el servicio incondicional al Hijo (como madre) al que el Espíritu Santo concibe en su seno virginal y que la acompaña en todo su trayecto de encarnación.

Es maravilloso contemplar la mediación nupcial del Espíritu y la Mujer que inspira y acompaña, en paralelo asimétrico, la obediencia de Jesús a su Padre y la disponibilidad ilimitada de María a la Palabra de Dios. Esta comunión perfecta en la obediencia de amor se consuma al pie de la cruz, cuando el Hijo y la Madre sufren al unísono la pasión de amor del sacrificio redentor. Al recoger el último aliento de su Hijo crucificado, la Virgen Inmaculada es elevada por el Espíritu a la dignidad de Esposa del Cordero inmolado y Madre de la Iglesia. Su nueva maternidad eclesial trasciende entonces la relación Madre-Hijo según la carne, así como en Dios la fecundidad nupcial del Espíritu trasciende la relación Padre-Hijo y le confiere una nueva dimensión.  

A la luz de la Sagrada Familia, imagen por excelencia del misterio de la Trinidad y de la Iglesia, la figura de la mujer accede en María a una realización sin igual de perfección humana y sobrenatural, en virtud de su verdadero matrimonio, vivido en relaciones humanas auténticas y virginales –pero no asexuadas– con Jesús y José. Esta superación de la sexualidad conyugal natural en ella no implica ningún desprecio de su valor, sino solo su prolongación al nivel superior de la fertilidad sobrenatural de los sexos en el seno de relaciones virginales. 

Dos modelos de amor 

La forma tierna de amar, compasiva, envolvente y fecunda de la mujer, es irreductible al modelo masculino del amor, más intrusivo y puntual, esporádico y planificado, así como a la psicología masculina es más unívoca, particularmente en el modo de administrar las relaciones sociales y la influencia cultural, política o espiritual. El modo femenino del amor no tiene que ser borrados por el modelo masculino, que necesita ser complementado por las cualidades indispensables de la feminidad, de la maternidad y de la fecundidad múltiple y diversificada de la mujer, so pena de caer en una dominación injusta que provoca el antagonismo del hombre y de la mujer mientras que son llamados a la comunión.

La identificación del arquetipo relacional de la mujer en la Trinidad confirma de inmediato su dignidad a imagen de Dios como persona, mujer, esposa y madre. Esto también confirma los valores del amor, del matrimonio y de la familia, así como las vocaciones virginales sobrenaturales.

Por otro lado, decimos que su vínculo privilegiado con el Espíritu Santo, y en el Espíritu con el Hijo eterno y encarnado, configura su originalidad relacional y su manera de amar como mujer que acoge, consiente, responde y sorprende por su respuesta doblemente fecunda, natural y sobrenatural, asimétrica, original, procreadora, irreductible a cualquier otro modelo que no sea su modalidad personal de amar como Dios ama.

La mujer no se limita en su rol de esposa y madre ya que su feminidad florece en diversos niveles y tonalidades que sobrepasan el núcleo familiar hacia todos los ámbitos de actividad e influencia, particularmente en el campo de la vida consagrada. De aquí su aporte único e irreemplazable al mundo del trabajo, de la salud, de la actividad social, de la ciencia, de las artes y la filosofía, de la teología, de la profecía y la mística, entre otros. En ellos su personalidad y sus múltiples carismas naturales y sobrenaturales pueden desarrollarse y contribuir al Reino de Dios y al bien común.

Por ellos, se hace necesaria y urgente una vigorosa promoción de la mujer en todos los niveles y se requiere una lucha paciente y perseverante para favorecer su libertad de actuar y de vivir según sus carismas, su vocación y su misión, que son irreductibles a los esquemas culturales patriarcales o matriarcales de las diferentes sociedades. Se requiere una escucha atenta y sin prejuicios de la teología de las mujeres, una contribución desconocida pero ya disponible en la Tradición que la Iglesia ya reconoce simbólicamente en la declaración de algunas de ellas como “doctoras”.

Nuevas preguntas teológicas   

Dada la cercanía entre el Espíritu Santo y la mujer en el designio divino de la creación y encarnación de la gracia, además de la participación íntima e insuperable de la Virgen María en las relaciones trinitarias recíprocas del Verbo y del Espíritu, ¿no deberíamos reconocer este “misterio” de la mujer calificando de “ministerios sagrados”, sin connotaciones clericales de ningún tipo, sus múltiples funciones y papeles femeninos en la sociedad y la Iglesia: esposa y madre, inspiradora y mediadora, redentora y reconciliadora, auxiliadora y compañía indispensable para el hombre en cualquier tarea y responsabilidad social o eclesiástica?  

Cardenal Marc Ouellet

Fragmentos del discurso con motivo de la Asamblea Plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina (16-03-2018) adaptado por Laura Di Palma. Texto original disponible en: https://es.zenit.org/articles/card-marc-ouellet-la-mujer-a-la-luz-de-la-trinidad-y-de-maria-iglesia/