Ante una enfermedad, el discípulo mira a Jesús: la sanidad y la salvación van de la mano.

El Nombre de Jesús es Presencia de Salvación. Él principalmente viene a salvarnos y desarrolla su misión al sanar, liberar y anunciar a los hombres el amor del Padre. En el Evangelio, vemos cómo el Señor obra en todos los niveles del ser humano: en el espíritu, la psiquis y el cuerpo. Dice la Palabra de Dios: “En esa ocasión, Jesús curó a mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos” (Lc 7,21). En su Nombre, cada uno de nosotros es salvado y redimido del pecado original, del pecado personal (histórico, presente) de los daños vinculares (yo, los otros) y de las faltas en relación con el uso de lo material (yo, mundo).

En el marco de la salvación, la sanidad y la liberación son para Jesús hechos ordinarios,sedesprenden del amor que siente por los hombres porque su voluntad plena es que el hombre esté sano y salvo. Los hombres generalmente dudan de esta afirmación. Se puede creer que Jesús salva, pero “sanidad” y “salvación” se viven como cuestiones distintas.

La misión de los apóstoles también es curar y predicar. Esto es lo común que se desprende en la Iglesia de los primeros cristianos. Para aquellos que hoy están llamados a ser discípulos de Jesús, la sanidad debería ser un hecho ordinario.

El sacramento para la sanidad

En el perdón de los pecados que es anunciado por Jesús y continuado por sus discípulos, hay gracia de sanidad interior y física. Se puede afirmar que el sacramento de la Reconciliación es utilizado por Dios para sanar y liberar al hombre. Cuando Jesús dice “tus pecados te son perdonados”, crea en la persona una nueva disponibilidad para amar. El Padre lo sana, libera y perdona sus pecados.

Por otra parte, el sacramento ayuda a detectar los rencores, odios y resentimientos que es necesario poner en oración. Es frecuente escuchar que las personas se curan físicamente cuando logran perdonar a su padre, a su madre o a alguien que las dañó. La sanidad interior y la curación física guardan un correlato con el perdón de los pecados. 

Nuestra postura frente a la enfermedad

En la persona coexisten “focos” de salud y de enfermedad. Es decir, la capacidad de elegir, de amar y de trabajar conviven en el ser humano con desequilibrios que alteran estas capacidades. La posición de Jesús frente a la enfermedad es clara: se trata de una situación de la que tiene que liberar al hombre. La postura de los hombres, en este sentido, es diversa:

Es frecuente escuchar que la enfermedad es “una bendición que Dios manda” para castigar o pagar alguna culpa. Para quienes piensan así, el sufrimiento viene de lo alto.

Muchos cristianos creen que el Señor sana solo a través de la oración de forma milagrosa. No es frecuente escuchar que la oración de sanidad es un proceso que exige paciencia.

Hay quienes solo le acreditan la salud a las herramientas científicas, aunque sean hombres de fe porque piensan que Dios está para “ocuparse de otras cuestiones” y no para curar a los hombres.

Estas posturas están presentes en el pensamiento y en el obrar de los cristianos. Es necesario tener en claro cuál es la que se asume frente a la enfermedad, ya que esto puede ayudar o impedir la curación en sí.

SI QUERÉS LEER EL ARTÍCULO COMPLETO LO PODÉS LEER EN LA REVISTA DE JULIO-AGOSTO 2020.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº223 (JUL-AGO 2020)