Este es un tiempo para discernir nuestras actitudes y para aprender a seguir a Jesús como Pueblo de Dios. 

Nuestro mundo necesita de manera urgente tener la verdad como valor para “construir sobre roca” (Cf. Mt 7, 24) la sociedad y la cultura. Hoy –más que nunca– todos, y más los laicos, debemos formarnos en esta búsqueda de la verdad que nos hará más libres para discernir el proyecto que Dios tiene para nosotros. Así podremos responder más acertadamente a las coyunturas que cotidianamente se nos presentan.

En estos días de gracia y de penitencia, previos a la celebración de la Pascua, necesitamos ser veraces para realizar un buen examen de conciencia, revisando nuestra propia vida y la relación con los demás en orden a tratar de vivir nuestra condición de hijos e hijas de Dios y de establecer sinceros lazos de fraternidad. Tenemos la certeza de que Dios es un Padre misericordioso que nos espera con un abrazo, un beso y una fiesta. 

La verdad en crisis 
Uno de los temas más preocupantes de nuestro tiempo es el crecimiento del secularismo, es decir, de una sociedad que niega sin discutir la existencia de Dios, o bien la silencia o directamente la omite. Esta negación plantea también una visión del hombre materialista y, en general, consumista; metas y valores absolutos en la vida son la posesión, el poder y el placer. 

En esta visión secularista y materialista, la cuestión moral que considera aquello que está “bien” y que está “mal”, que discierne la verdad de la mentira, claramente se ve reducida o directamente será inexistente. La moral está en crisis; el gran logro de ese secularismo no es solo negar y silenciar a Dios, sino también descreer de la existencia del demonio e ignorar la acción del mal. 

Sin negar algunos hechos extraordinarios que puedan darse, en general, no reparamos lo suficiente en que el demonio es más astuto y que aquello que le gusta hacer ordinariamente es confundirnos en el juicio sobre lo que está bien y lo que está mal. Nos lleva a instalar la mentira como un modo de vivir que siempre hace daño. 

Esta reflexión sobre la crisis moral en lo social y en lo familiar muchas veces es causa de situaciones de corrupción y de falta de honestidad en las relaciones personales y sociales de todos los niveles. Se desdibuja la búsqueda del bien y el anhelo de la verdad carece de sentido. 

En este contexto secularista y consumista llama la atención que nadie profundice las causas de algunos flagelos actuales como la corrupción en las estructuras del Estado en el ejercicio de la función pública, o en el mundo económico privado, también en algunas estructuras que se consolidan como el narcotráfico, la violencia de género, la trata de personas, la pobreza y el desempleo, la crisis familiar, la pedofilia en la sociedad, el abandono del valor de la vida o la desnutrición de los niños y adolescentes.  

Los desafíos en la acción evangelizadora 
Es necesario que estas problemáticas sean encaradas por todos, sin partidismos, como una crisis que requiere la erradicación de sus causas profundas en una mesa de diálogo donde todos tengamos como meta el bien común y un profundo deseo de buscar la verdad. Por eso proponemos: 

1) Renovar nuestra experiencia del Señorío de Jesús y vivir nuestra condición de discípulos y misioneros suyos. Es bueno agradecer con gozo el habernos encontrado con Jesús y sabernos amados y abrazados por Él. Por eso, cada hombre y cada mujer son maravillosamente dignos por la sola condición de ser personas. 

2) Reflexionar sobre la verdad, el bien y el mal en nuestro obrar y sobre la libertad y la conciencia. 

3) Emprender un camino discipular implica profundizar nuestro encuentro con la persona de Jesús, siempre desde una dimensión eclesial y comunitaria. El discipulado nos introducirá de esta manera en la verdad, y podremos ser libres desde un obrar responsable. Desde nuestra propia conciencia seremos capaces de discernir cómo cumplir la voluntad de Dios en la vida cotidiana. El camino eclesial del discípulo es fundamental para que cada uno obre libremente desde su propia vocación y su misión. 

4) Superar el clericalismo. Muchos sacerdotes aún se aferran a actitudes autoritarias con un pastoreo sin respeto y misericordia que siempre termina por dañar la participación de los otros bautizados. Pero también abundan los laicos clericalistas que no obran con responsabilidad y, antes que discernir sus propias realidades, prefieren cargar su responsabilidad en otros, sin decidir sus coyunturas desde su conciencia, su vocación y su misión. 


Evangelizar la cultura 
En el camino del discipulado debemos ahondar en la búsqueda de la verdad, y en el ejercicio de la libertad como signo eminente de la dignidad humana, desde una dimensión siempre eclesial y comunitaria. Debemos procurar una mayor comprensión de la conciencia como el “sagrario” de la persona, según lo señala Gaudium et Spes. 

La vocación, la misión y la santificación del laico están en la transformación de las realidades temporales. Por eso, es necesario entender que la tarea evangelizadora apunta a las familias, al trabajo, a la escuela, a la política, a la comunicación social o al club de barrio. Esto es, en definitiva, evangelizar la cultura. 

Para esto necesitamos un laicado que se sienta verdaderamente parte de la Iglesia, miembro del Pueblo de Dios. Debemos apuntar a que nuestro laicado tenga la experiencia de una Iglesia viva, profética, sana, misionera, en la cual poder vivir y alimentar la fe, la esperanza y la caridad.

En el camino de discipulado, todos –clero, consagrados y laicos– debemos vivir un proceso claro para desandar las consecuencias negativas del clericalismo que no permite tener un laicado suficientemente maduro, eclesial, libre y responsable. Renovemos nuestro encuentro con Jesucristo, el Señor. La verdad nos dará la libertad para ver y discernir desde nuestra conciencia los criterios y opciones de la vida cotidiana. 

El discipulado y la misión sabemos que no consisten en una experiencia individual que, de ser así, nos llevaría a un subjetivismo, sino que siempre implican un camino eclesial y comunitario. En este tiempo cuaresmal, el misterio de la Pascua, de la muerte y resurrección el Señor que se celebra en la liturgia de la Iglesia se debe hacer carne en nosotros para morir y vivir en Él. ¡Que se nos llene el corazón de alegría al tener la certeza de que la verdad nos hará libres! 

Mons. Juan Rubén Martínez
Obispo de Posadas, Misiones

Fuente: Fragmentos del mensaje que fue pronunciado durante el Miércoles de Ceniza el 1 de marzo de 2017.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº221 (MAR-ABR 2020)