¡Hola hermanos! Soy Sofi, tengo 24 años. Estoy en la comunidad de Profundización II, de la zona Chaco-Corrientes, desde el 2018. Estudio Letras y me gusta escribir.

Estos años de caminar que el Señor me ha regalado a mí y a mi comunidad han sido regados de mucha gracia. Fue muy difícil, porque se necesitaron muchos años para que se pueda volver a formar una comunidad de jóvenes.

Un poco de contexto sobre mí: nací en Buenos Aires, y mis papás participaban de los grupos de oración del Movimiento, pero por motivos familiares, en 2006, nos tuvimos que ir a vivir al interior de Corrientes, un pueblo llamado Santa Rosa, donde vivían mis abuelos. Mis hermanos y yo éramos chicos, así que reformulamos un poco nuestros poquitos años de crianza y crecimos como verdaderos correntinos. Durante un tiempo mis papás buscaron seguir participando de los grupos en la zona que más cerca nos quedaba, y así conocimos Resistencia, Chaco. Cuestiones económicas fueron dificultando el asistir, así que tuvieron que dejar de ir, pero sostuvimos siempre que pudimos la presencia en las Jornadas de Pascua, de Pentecostés y de María. Yo soñaba un poco con esa comunidad que mis papás habían buscado tanto a pesar de las dificultades.

Las promesas de Dios tomaron forma, aunque no fuera muy consciente de eso, y años después me tocó elegir la carrera que fuera a seguir y dejar la casa paterna. Me enamoré de la carrera que estudio, incluso antes de empezarla, empecé el profesorado y la licenciatura en Letras, que se estudia en la Universidad Nacional del Nordeste nada más y nada menos que en la sede de Resistencia (este es un dato no menor entre todos, dado que esta universidad tiene dos sedes, una en Corrientes Capital y otra, al otro lado del Paraná, en Resistencia, y las carreras que se encuentran en una sede, no están en la otra).

Todo implicó un movimiento, soy la mayor de cuatro hermanos y por ende la primera que se iba. Buscar dónde vivir, aprender a manejarme, a estudiar, estar lejos de casa, de la familia, de lo conocido. Ese primer año fue muy turbulento y en medio de todo lo que descubrí, vi un mundo nuevo y distinto.

La comunidad de jóvenes en Resistencia, todavía no se formaba. Había algunos hermanos de mi edad que hacían el retiro de Pascua, pero formar el grupo todavía parecía lejano. Además, por esos años estaba de novia con un muchacho del pueblo y, un poco por eso y otro poco por lo difícil que era acostumbrarme a vivir lejos de mi casa, no podía concretar el quedarme los fines de semana en Resistencia; en consecuencia, no podía participar del grupo de tres hermanas que se reunía los sábados. (Qué paciencia infinita el Señor y mis coordinadores).

Cuando, en 2018, mi hermano decidió venirse a vivir a Resistencia, también para poder seguir una carrera, empecé a animarme a quedarme los fines de semana en la ciudad y así fue que pude permanecer después de Pascua con unos jóvenes que llegaron casi como un milagro. Éramos diez. Con eso empezaba una historia nueva en mi vida. Ya no era la hija de los hermanos que venían desde Avellaneda a Chaco. Era una hermana que tenía una historia y una búsqueda propia, en medio de otros que recién estaban conociendo la Obra.

Yo estaba en segundo año de la carrera, me había interiorizado en la vida universitaria pero eso también supuso que conozca un mundo muy politizado e ideologizado que se centralizaba en la militancia de algunos ideales. Me identifiqué con algunas expresiones del movimiento feminista y comencé a construir una identidad desde esos lugares justo en un tiempo muy crítico a nivel nacional, en lo referente a esas manifestaciones que, además, ponían en cuestión a la Iglesia. Así que en medio de eso, de buscar quién soy, de buscar definirme por medio de esos discursos, empezar a caminar en una comunidad de fe fue casi una locura, pero una locura adentro mío.

Acompañada quizás más particularmente por mis coordinadores, pero también por mis hermanos (que me estaban conociendo, que se estaban creando también una imagen mía y que seguramente habrán estado tan confundidos como yo) fui dando pasitos que parecían muy pequeños en ese momento, pero que hoy los veo y son enormes: permanecer en un lugar de Iglesia, cuando todas mis formas de ser y de hablar, e incluso las cosas que decía, eran muy controversiales, y principalmente, muy hirientes.

Creo fielmente que el Señor me sostuvo, fue mi firmeza (y aún lo es), me tuvo paciencia y me esperó, y les regaló a mis hermanos esa paciencia conmigo, esa espera en el amor aún cuando no entendían por qué yo estaba tan enojada. En ese tiempo, mientras permanecía, me dolía, quería que el mundo fuera como yo quería, no sabía por qué no quería irme de la comunidad pero al mismo tiempo me sentía fragmentada, quebrada, con un pie en un lado de la vereda y el otro pie en el otro.

Fue a partir del retiro de nivel del camino (Iniciación 2), que el Señor me dio una nueva mirada y una nueva fe. Me dijo: “Hija, no dejes que el mundo te confunda”. Desde ese día comenzó una obra nueva en mi vida, la de unirme, la de regalarme una alianza nueva con él y con mi comunidad a pesar de lo que todavía no entendía. Más adelante, en la Convivencia 1, confirmaría esa Vida nueva, en la que lo importante era ser para Él y agradarle a Él. Desde entonces (y aún hoy) el Espíritu Santo me impulsa y me anima a conocerme a mí misma desde los ojos del Creador, y a buscar mi identidad en Él, que es quien me hace una y entera en su amor, ya no una existencia fragmentada y rota.

Hoy, un poco más cerca de recibirme, descubro en el Señor y en mi comunidad el lugar seguro para seguir conociéndome más, y conocerme en comunidad. El Espíritu me impulsa a nuevos pasos, toma mis rebeldías (cada vez más pequeñas, espero) y las transforma para hacer de ellas terrenos para seguir sembrando en mí.

Un anhelo que se guarda en mi corazón y que surge en este año de festejos y desde esta Pascua, es el de que la Zona siga creciendo, que el Sembrador siga sembrando en nuevos jóvenes el amor por su Palabra y la vida comunitaria, en medio de este tiempo histórico en el que Él nos pensó.

Sofia Delsart
Chaco