“¿Quién es capaz de testimoniar quién es Jesús? Eso solamente puede hacerlo un corazón lleno de amor, al cual Él se ha manifestado” M. Basilea Schlink

Esta Pascua 2023 comenzaba con la duda de participar o no: cuántos días participar y cuántos días dedicarle a la familia, viajar a Villarrica como es tradición familiar (la ciudad donde vive mi abuela y de donde provienen mis padres) o quedarme a descansar en Asunción, eran opciones que tenía que discernir. 

Los días previos a la Semana Santa llegó la invitación del Retiro de Pascua al grupo de whatsapp de Encuentro en la Palabra (mi comunidad) y ya cuando la leí estaba acompañada de un comentario casi como de reclamo (comprensible y válido) de una de mis hermanas: “Solo hasta las 13:00” –con un emoji de carita triste- “Me voy a replantear ir”-emoji de duda- Y es que en la invitación había una diferenciación en el horario, decía que para algunos grupos  sería de 9:00 a 18:00, mientras que para Encuentro en la Palabra, de 9:00 a 13:00. La tristeza me invadió también a mí, un sentirme menos fue lo primero a lo que me llevaba el tentador, que se tomaba de esa situación para hacerme vacilar como Jesús en el desierto (Mt. 4, 1-11). Me tentaba la soberbia y el amor propio, con un sentir de reclamo a Dios ¿por qué?, ¿nunca soy suficiente para vos?.

Yo venía de una semana intensa en lo laboral (fui al trabajo el sábado incluso en vez de lunes y martes santo), con situaciones familiares y de salud (post Chicungunya) que me resultaban un desafío día a día y apenas me había dado el tiempo de mirar lo que se compartía en el grupo, fue apenas en un abrir y cerrar el grupo de whatsapp. El cansancio y el estrés eran factores que no me dejaban discernir bien. Pero llegó el Domingo de Ramos (mi primer día libre) y ya más descansada, lo primero que hice a la mañana, mientras mi hija aún dormía, fue sentarme a leer bien todas las invitaciones que recibimos para las Jornadas de Pascua, tratar de entender la organización propuesta y disponerme a hacer una oración personal en un rincón de mi casa, buscando usar la herramienta del discernimiento que me había regalado el Señor como parte del carisma del Movimiento de la Palabra de Dios, para ver a qué me llamaba Él en esta Semana Santa. Oré y pedí una Palabra. El Señor me recordaba una hermosa Palabra, que ya me la había leído anteriormente como parte de un curso sobre Teología del Cuerpo que pude hacer: Oseas 2, 16-25. Lo primero que me decía era “Ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón” (Os 2, 16). Sentía como que me invitaba a ir a su encuentro en las Jornadas de Pascua, a dejar todo para encontrarme en intimidad con Él en estos días santos. También me hacía una promesa: “Le devolveré sus viñas, convertiré el valle de Mala Suerte en un lugar de esperanzas. Y allí ella me responderá como cuando era joven, como en los días en que subió de Egipto” (Os 2, 17). Hablaba también de la mutua fidelidad entre Dios y su pueblo, y hasta de llamarlo “Marido mío” más que “Señor mío”, concepto que tuve la gracia de haber trabajado también en el curso sobre Teología del Cuerpo: “Amar más, sana”. sentía en el corazón un profundo llamado a ser “novia de Jesús” en esta Semana Santa y demostrarle mi fidelidad: era un llamado a la obediencia. Pero no una obediencia vacía, sino una obediencia alimentada por la oración y por su Palabra, y por sobre todo en una confianza plena en Él, quien me recuerda mi identidad: Soy hija amada de Dios y confío en el Padre, por lo tanto me abandono a su voluntad. 

Inmediatamente decidí escribir en el grupo, para compartir este testimonio con mis hermanos: “Más allá de que sea solo hasta las 13:00 para nosotros (me puso triste pero habrá razones) siento que el Señor me anima a estar en el Retiro de Pascua para alimentar mi espíritu en medio de tantas circunstancias que estoy viviendo y quiero decir SÍ a su invitación los tres días. El Señor me anima a rescatar lo positivo: será un Retiro de Centro y es un privilegio ser parte del mismo, tenemos un lugar hermoso y accesible para aprovechar, habrá servicio de cuidado de niños para los días que necesite y quiero responder con fidelidad a su llamado”. También les compartía la Palabra que el Señor me regaló en oración.   

Más adelante, cuando ya tuve más clara mi organización familiar de la semana, busqué ofrecer esas tardes en que no estábamos convocados con mi grupo de Encuentro: Jueves de tarde sería el momento de compartir con mi hija de 6 años (tal vez hacer chipa o salir a pasear), el viernes por la tarde me ofrecí para ayudar en el servicio de niños en la Pascua (ese día a mi hija le tocaba estar con su papá y yo estaría disponible). Y sábado por la tarde dejaba abierta la posibilidad de viajar a la ciudad de Villarrica para saludar a mi abuela y compartir con mis padres que también irían. El primer fin de semana de ramos ya había compartido con mi hijo de 16 también y hasta fuimos juntos a la cancha el miércoles santo. El Señor me ayudó a ir ordenando mi semana, mis múltiples roles según mi realidad, con discernimiento y paz en el corazón. 

Jesús verdaderamente me habló al corazón en esta Pascua. El primer día me llevó a  revitalizar ese amor a la Eucaristía y a la Comunidad: mi comunidad de Encuentro en la Palabra y la Comunidad grande del Movimiento en Paraguay. Valoré la gracia de poder “caminar juntos” en medio de las diferentes circunstancias. El segundo día, el Viernes Santo, el Anuncio nos invitaba a mirar la cruz y descubrir su vitalidad: la cruz como camino para la Resurrección. No hay VIDA si no se pasa por la cruz. La cruz es un impulso a algo nuevo: a la sanidad. También me invitaba a salir de mí misma para ayudar a aliviar la cruz de otros. Salir de la queja, conectarme al servicio, a la solidaridad. En el momento de oración personal pude poner todo lo que traía a los pies de la cruz y el Señor me regalaba nuevamente una Palabra con relación a una boda: Mt. 22, 1 -14 donde el Rey celebra las bodas de su Hijo, que es Cristo, el esposo. Cerca del mediodía, tuvimos un hermoso compartir en nuestro grupo de Encuentro en la Palabra. Pasamos de largo el momento del almuerzo y pedimos quedarnos hasta que podamos escuchar el compartir de todos. Permanecimos hasta más de las 13:00 horas y veíamos como hermanos de otros grupos nos acercaban la comida sin interrumpir ese hermoso momento que se gestó.  El sentido de la Cruz nos impulsó a caminar con otros, a caminar en comunidad. Ese día también pude acceder al sacramento de la Reconciliación. El servicio de niños por la tarde, me llevó a caminar un Vía Crucis con los más pequeños. “Si no se hacen como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt. 18, 3) revitalizando mi vocación como maestra y catequista. El tercer día, la alegría de la Pascua nos llevó a entender verdaderamente el lema de esta Pascua número 50: “La vitalidad del carisma nos impulsa a vivir y caminar con Jesús Resucitado” y Jesús nos renovaba así la fuerza de la gracia fundacional. Nos invitaba a creer en la Alianza como fruto de la VIDA RESUCITADA. Pudimos tener un encuentro de compartir y de oración comunitaria nuevamente con el grupo de Encuentro, donde incluimos a través de medios virtuales, a una pareja de hermanos recién casados que viven actualmente en Holanda y ese momento fue un verdadero regalo. El Señor nos fue dando sorpresas que fueron como “caricias” para el alma. 

Al salir de la Pascua (cerca de las 14:00 hs.) mi experiencia personal fue de mucha gracia: fui manejando hasta Villarrica llena del Espíritu, con ganas de seguir orando. El corazón no me cabía en el pecho de tanto amor recibido. Recé un Rosario mientras manejaba y no sé si era yo quien acompañaba a María al pie de la cruz o era ella quien me acompañaba a mí como madre. 

Al día siguiente, Domingo de Pascua, sentí el impulso del Espíritu de ir a visitar un lugar de mucha paz: la casa de la Hermandad Evangélica de María en Colonia Independencia, cerca de Villarrica. Ese lugar lo conocí años atrás gracias la hermana consagrada que me había invitado a entrar al Movimiento. Tomé mi auto y manejé unos 30 kilómetros hasta llegar ahí, sin previo aviso toqué el timbre y me recibieron. Pude orar y meditar sobre la pasión de Cristo, con la ayuda del libro “Déjame estar a tu lado”  de la Madre Basilea Schlink durante aproximadamente una hora y luego, antes de retirarme, me regalaron otro libro también de la M. Basilea, que ahora estoy leyendo titulado “¿Me amas?”. Este material me ayuda a seguir profundizando sobre el misterio del amor del Dios y de allí saqué la frase con la que abro este testimonio. Verdaderamente fue una Pascua de mucha gracia. Dios hace nuevas todas las cosas. Dios es fiel y doy testimonio de eso. Sólo me queda alabarle: ¡Gracias Señor por tu amor misericordioso!

Laura Aguilar
Asunción, Paraguay