La llegada de Victoria fue una amorosa respuesta de Dios.

Después de varios años de buscar ser padres con mi esposo Daniel y de que este proyecto no se hiciera realidad, comenzamos el 2020 procurando concretar un tratamiento de fertilidad de baja complejidad. Luego de estudios médicos y trámites comencé con la medicación, pero justo cuando estaba por viajar a la ciudad de Buenos Aires para la intervención, empezó la pandemia y todo se suspendió.

Nuestro mayor anhelo del año se había truncado, además de la incertidumbre de no saber cuándo podríamos continuar. Al principio, viví esta contrariedad con mucha frustración, pero a medida que le presentaba a Dios mis enojos tenía la certeza de que Él todo lo recibía y transformaba mi interior. Me sentí invitada a mirar el tiempo de la pandemia, no como “proyectos frustrados”, sino como una oportunidad para planificar nuevamente, pero ahora desde Él y con Él. Y realmente fue un tiempo de gracia, de descubrir la providencia en todo. 

Desde lo práctico, pudimos trabajar desde casa. Esto facilitó el estar más tiempo juntos, orar y compartir más profundamente. En uno de esos diálogos decidimos dejar de esperar a retomar los tratamientos médicos y recién entonces discernir qué hacer. Fue disminuir un poco mi ansiedad, porque Daniel confiaba en que Dios cumpliría su promesa. Creo que en algunos momentos yo dudé del obrar de Dios en nuestro matrimonio; reconozco que sus formas y tiempos me impacientaban mucho. 

Nuestro mayor anhelo del año se había truncado.

Comenzó el 2021 y teníamos la idea de evaluar cómo seguiríamos al regresar de las vacaciones. Pero Dios tenía mejores planes que los nuestros.

En una oración personal, mientras le ofrecía mis anhelos personales, familiares y laborales al Señor, el Espíritu Santo me inspiró a que le orara a san José, particularmente en el año dedicado a él. Oré a partir del vínculo que imaginaba que José tenía con Dios Padre, con el deseo de que yo tuviera esa misma experiencia: escuchar y creerle a Dios hasta en sueños, como lo hizo José. En esos días, Daniel, que es evangélico y no ora a los santos, me contó un sueño: íbamos a una ecografía obstétrica y veíamos a nuestra beba; era una nena y se llamaba Victoria. 

Leé el Testimonio completo en: Cristo Vive ¡Aleluia! Nº230 (NOV-DIC 2021)