El amor procede de Dios, y si podemos amarnos los unos a los otros, es porque recibimos este regalo del Señor para nuestras vidas. Pero ¿qué hacemos con este don? Es necesario cultivar el amor, enfocarnos en amar e intentar amar bien.


En el noviazgo recibimos el don de amarnos con un amor diferente del que nos une a nuestros padres, hermanos, amigos…


La pareja humana atraviesa varias etapas, comenzando por el enamoramiento. Nos enamoramos, pero no nos quedamos “instalados” allí, o al menos lo esperable es que pasemos del enamoramiento al amor. El primero dura un tiempo y se caracteriza por una gran excitación, en gran parte por la liberación de ciertos neurotransmisores entre los cuales está la dopamina, presente en el instinto sexual y en general en la erotización. En gran medida, esto se expresa en el predominio de la atracción física y la admiración. Lo central entonces parece ser “qué me hace sentir el otro”. El amor se va instalando de a poco: cuanto más se conoce a la otra persona, se vuelven más evidentes sus límites y las diferencias con uno; pero a la atracción física y a la admiración se va agregando una mayor plenitud y comodidad en la relación, se va generando un “apego” que deviene en un vínculo de seguridad y paz. El amor es más completo, se pasa entonces del “qué me hace sentir mi novio/a” a predominar el “qué necesita mi novio/a de mí”.


Es bueno examinar no solo lo que sentimos, sino cómo actuamos y cómo nos tratamos. La carta de san Pablo a los colosenses nos da algunas ideas para trabajar sobre un vínculo de amor sano, pleno. Aunque el apóstol no se refería al amor de la pareja en particular, sino a las relaciones entre los miembros de la comunidad, este pasaje puede servir para reflexionar y conversar:
“[…] practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. […] Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 12-14).


En los versículos anteriores, el verbo “practiquen” nos remite al entrenamiento de los atletas, quienes no logran su objetivo de un día para el otro –y al principio es posible que incluso se desalienten–; ellos necesitan de la práctica continua. Por otro lado, “benevolencia” no es una palabra que usemos frecuentemente; significa ‘buena voluntad, simpatía, afecto y tolerancia’. Y actuar así no siempre “nos sale” naturalmente; es necesario el intento cotidiano. Vale la pena tomar conciencia de que es bueno proponerse metas concretas, practicar el ejercicio de las distintas virtudes que menciona el pasaje anterior: ¿me falta humildad, paciencia, dulzura…? ¿Por dónde puedo empezar? “Sopórtense unos a otros…”: en la pareja estamos llamados a ser soportes, ser el apoyo que el otro necesita, sobre todo ante determinadas circunstancias difíciles de la vida. “Perdónense mutuamente…”: aunque nos une el amor, siempre hay lugar para la queja por lo que nuestra pareja dice o no dice, lo que hace o deja de hacer. Otra carta de san Pablo también nos invita a no permanecer mucho tiempo enojados, a practicar la reconciliación: “Enójense, pero sin pecar; que el enojo no les dure hasta la puesta del sol” (Ef 4, 26)….

Leer artículo completo Cristo Vive ¡Aleluia! Nº250 – DIC 2023