Cuando el “yo” se transforma en “nosotros”.

El deseo de compartir la vida con otros está inscripto en nuestro interior desde niños. Durante el proceso de crecimiento esto suele plasmarse en la experiencia de la amistad, con grandes alegrías y otras tantas desilusiones.

Ya en la vida adulta, solemos querer reproducir ese anhelo en los ámbitos en que uno se mueve: en las relaciones afectivas, en el trabajo, en el servicio, etc. Pensamos que si existe el sentimiento de amistad habrá entendimiento, será un ambiente vital y todo funcionará muy bien. Pero, lamentablemente no siempre es así.


La cuestión se enmaraña cuando queremos trasladar el deseo de la amistad a la vida comunitaria de fe, porque esta experiencia exige un auténtico salto en el modo de ver y afrontar las cosas. Requiere una nueva mentalidad: pensar “en nosotros” y salir del propio yo, de sentirnos el centro del mundo.


A menudo sucede que al participar de una comunidad de fe experimentamos la acogida, el ser ayudado, el amor, y entramos en la lógica del servicio recíproco, del compartir, escucharse y estimarse unos a otros. Si esto no sucede, es fácil que alguien abandone y se vaya de la comunidad, tal vez decepcionado por los demás. 


La prevalencia de la “lógica del nosotros” es posible cuando gracias a la experiencia gratuita del amor de Dios se tiene el coraje de enfrentarse con los propios límites, admitirlos y aceptarlos para volver a empezar. Solo si acepto lo propio y comparto con los demás mis aspectos negativos, podré aceptar que también los otros tienen sus falencias, que justamente muchas veces, provocan desilusiones en mí. Si esto no ocurre, habitualmente nos escandalizamos de los errores de los otros y caemos fácilmente en la murmuración.

El don de la vida comunitaria

La comunidad es un pilar en el camino de la santidad, enseña Francisco. “Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos”.1


Pero también tenemos que saber que construir y vivir la experiencia comunitaria nunca es algo simple, más allá del sentimiento de la amistad. En el camino del cristiano también existen otros pilares: el soportarse mutuamente, la paciencia, la ternura, la alegría, el sentido del humor, la audacia, el fervor y la oración constante. “La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre”.2

1 y 2.Cf. Gaudete et exultate 140-145.
Fuente: Adaptado de Una lotta da vivere in comuitá por David Maloberti, Revista Rinnovamento nello Spirito Santo, Nº 12 -2019, p.22.

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº235 – JUL 2022