Tres enseñanzas a partir de la Palabra de la multiplicación de los panes*.

Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: ‘Despide a la multitud, para que vayan a los alrededores en busca de albergue y alimento… Él les respondió: ‘Denles de comer ustedes mismos’. Pero ellos dijeron: ‘No tenemos más que cinco panes y dos pescados…’ (…) eran alrededor de cinco mil hombres” (Cf. Lc 9, 12-17).

Seguimiento

Jesús acoge a la gente, le habla, la atiende, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los doce apóstoles para que estén con Él y se sumerjan en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo
sigue
y lo escucha, porque Jesús habla y actúa de un modo nuevo, con verdad y con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del rostro de un Dios que es amor.

Nosotros buscamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo yo a Jesús? Él habla en silencio en el misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida un don a Él y a los demás.

Comunión

“Denles ustedes de comer”, dice Jesús. Pero, ¿cómo es posible? No tenemos más que cinco panes y dos pescados…”. Y Él pide a los discípulos que hagan sentar a la gente en comunidades, eleva los ojos al cielo, ora, parte los panes y se los da para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud saciada por la Palabra del Señor se nutre ahora por su pan de vida. También a nosotros cuando estamos alrededor del altar, la mesa del sacrificio eucarístico, Él dona de nuevo su Cuerpo y hace presente el único sacrificio de la cruz. Al escuchar su Palabra y al alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre, Él hace que pasemos de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él.

Compartir

“Denles ustedes…”, expresa el Señor, y “dar” es compartir. Los discípulos comparten lo poco que tienen… Es precisamente eso lo que en las manos del Señor sacia a toda la multitud. Y son justamente los discípulos, perplejos ante la incapacidad de sus recursos y la pobreza de lo que pueden poner a disposición, quienes acomodan a la gente y distribuyen los alimentos. Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra clave de la que no debemos tener miedo es “solidaridad”, o sea, el poner a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades. Solo compartiendo, solo en el don, nuestra vida será fecunda y dará fruto.

El Señor se hace don y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que jamás se agota. Al adorar a Cristo presente en la Eucaristía, preguntémonos: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor, que se da a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño recinto y no tener miedo de dar, de compartir, de amarlo a Él y a los demás?

Seguimiento, comunión, compartir. Que la participación en la Eucaristía nos provoque siempre seguir al Señor cada día, ser instrumentos de comunión, y compartir con Él y con nuestro prójimo lo que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda.

*Extracto de la homilía de Francisco en Corpus Christi el 30 de mayo 2013.

Publicado en Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 197 (MAY-JUN 2015)