Cada año, cuando nos acercamos a la Navidad, los medios de comunicación y la sociedad nos proponen vivir este tiempo tan importante de manera superflua. El Príncipe del mundo se disfraza de ángel de luz. Ante esta invitación, los cristianos nos dejamos llevar, ponemos poca o nula resistencia. Algunos queremos vivir el nacimiento del Niño Jesús de manera diferente. Nos disponemos frente al misterio de nuestra Salvación, que da inicio con la consulta del ángel a María y toma vida con el hermoso acontecimiento en Belén. En esta época, recordamos y revivimos el suceso extraordinario que supera todo lo que podemos pensar y expresar. Jesús nace, Dios se hace carne en el Hijo, y su deseo constante es vivir en cada uno de nosotros.

El Evangelio de Lucas narra que José y María llegan a Belén. José, al darse cuenta de que el nacimiento de Jesús se acerca, sale a buscar un lugar para que nazca su hijo, pero nadie los recibe. Solo queda una gruta deshabitada que sirve de resguardo para algunos animales. El sitio escogido es el pesebre, el más pobre y sencillo. El Rey de este mundo, quiere llegar como el más pequeño.

Jesús desea volver a nacer en nosotros y toca nuestro corazón buscando dónde habitar. Pacientemente espera, porque la puerta solo se abre desde adentro. Quiere volver a quedarse en mi interior, en el tuyo y en el de toda persona; necesita que lo invitemos a pasar y que nos dispongamos a recibirlo, que la semilla que sembró en nuestras vidas se multiplique infinitamente. Jesús, cual grano de trigo, entregó todo su ser para que pueda fructificar en cada uno.

Jesús toca nuestro corazón buscando dónde habitar.

Este es el inicio del proceso de “cristificación” que nos conduce al lugar que pensó nuestro Señor para nosotros. Pretende que lo dejemos re-nacer, solo pide a cambio silencio y disponibilidad, muy poca cosa frente a la inmensa riqueza que nos ofrece. Él realizará el resto, dulce y paulatinamente hará que disminuyamos para que pueda crecer en nosotros, y de esta manera logrará que desaparezcamos en la inmensidad de su amor.

Dejémonos llevar por el impulso que condujo a los Reyes Magos a viajar de lejanas regiones solo para encontrarlo, contemplarlo y adorarlo. Como no tenemos ni oro, ni incienso, ni mirra, podemos ofrecerle nuestra pobreza y corazón dispuesto. Si dejamos que Jesús nos guíe y convierta en su pesebre humano, un día podremos llegar a “ser” como el sarmiento, que da frutos en abundancia.

Dr. Héctor Merino
Quito – Ecuador