Desde comienzos de este año, sin proponérmelo, me fui encontrando con distintos artículos o notas periodísticas que tocaban temas como el de la de comunión de bienes, o la búsqueda que hace nuestra Iglesia en orden a reformar su sostenimiento económico. La posibilidad de conocer las experiencias que se realizan en los diversos espacios y carismas eclesiales, me resultó muy interesante.
Lo que no imaginé al ponerme en contacto con estas notas, fue que me ayudarían a tomar una nueva conciencia del camino que como Obra fuimos realizando en la evangelización de los bienes económicos y de la riqueza que tenemos en el desarrollo de esta pastoral.
El sentido de este artículo es compartir con ustedes un poco de este camino, sabiendo que aún queda mucho por andar.
Para empezar, como en todas las cosas de Dios, quedé sorprendida. De la misma forma que el Espíritu tejió otras realidades en nuestro Movimiento, tejió ésta trama. Primero, suscitando entre nosotros la necesidad de compartir los bienes a imagen de las primeras comunidades cristianas. Luego, enseñándonos criterios evangélicos para realizar la pastoral desde nuestro carisma.
Un poco de historia….
No hace mucho, le pregunté a un hermano que participa en el Movimiento desde los comienzos: ¿te acordás como fue que comenzó a formarse el Capital del Señor?
Empezamos a charlar y me situó a fines del año 1976, comienzos del ‘77 – años que reconocemos como aquellos en donde fraguamos nuestra Identidad como Obra -. Me contó algunas de las inquietudes de quienes, en esos años, participaban de la CUEVA (Comunidad Universitaria de Evangelización):
“Vivíamos una fuerte búsqueda en orden a la comunicación de los bienes. Queríamos ser una comunidad que viviera el Evangelio, que encarnara la Palabra (Hechos 2, 42-47. 4, 32-37). Nos sabíamos protagonistas y teníamos clara conciencia que nuestra entrega sostenía la vida de los grupos. Si nosotros corríamos la entrega, no había otro que se entregara en lugar nuestro.
Para ese entonces, comenzamos a ver algunas necesidades económicas: por ejemplo, viajes a Córdoba para acompañar el grupo que allá se había gestado… Decidimos poner en común nuestros bienes y formar, con el aporte de cada uno, un capital común que llamamos “Capital del Señor”. Con él, sostendríamos los gastos que fueran necesarios para el desarrollo de los grupos de oración.
No vayas a pensar que teníamos grandes posibilidades económicas. La mayoría de nosotros recién comenzábamos la Universidad, no teníamos trabajo, pero ofrecíamos lo que estaba a nuestro alcance: el dejar de comprar cigarrillos o chocolates, o el fruto de realizar a pie algún viaje en colectivo. Todavía recuerdo la reunión donde repartimos los primeros sobres…
Los adultos, que se reunían en el grupo de padres, enseguida adhirieron a nuestra propuesta…”
Así comenzó a organizarse económicamente la Obra.
No pasó mucho para que se constituyera la Asociación Civil y con la generosidad de muchos orantes y familiares se adquirió la primera casa como Sede Pastoral.
Con el correr de los años, fue necesario darle una mayor organicidad a la administración y desarrollar criterios pastorales para la misma.
Algunos elementos pastorales…
Nuestro proceso de conversión parte de encontrarnos con un Dios que está vivo, que nos habla en su Palabra y nos invita a formar parte de su comunidad. Él, que quiere hacerse presente en toda la realidad de nuestra vida. Este proceso nos lleva a preguntarnos una y otra vez sobre el modo evangélico de administrar los bienes económicos que tenemos. ¡Este aspecto de nuestra vida no puede quedar fuera de nuestro vínculo con el Señor!
Lo primero que descubrimos es que Dios es el Creador y Dueño de toda nuestra vida (cf. Gen 1,28-31). Somos pertenencia suya. Nadie puede decir que es dueño de su vida: no la creó, no la adquirió. Nuestra vida le pertenece al Señor y nuestros bienes también.
El hombre colabora con la obra creadora de Dios, pero sin su aliento nada puede hacer. Si somos administradores, y no dueños, estamos llamados a buscar el modo del dueño para desarrollar esta administración.
Profundizando en este aspecto encontramos en la Palabra una invitación a encarnar un estilo de vida: el de la pobreza evangélica. Jesús nos hace esta invitación en el discurso del monte: ¡Felices ustedes los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! (cf. Lc. 6,20). Entendemos que el Señor nos llama a vivir con lo necesario, prescindiendo de lo superfluo; de lo que, en realidad, no necesitamos. Vivir sin lo necesario es vivir en la miseria, y la miseria no es querida por Dios.
En consonancia con nuestros Pastores en Puebla, decimos que la pobreza evangélica une la actitud de la apertura confiada a Dios, con una vida sencilla, sobria y austera; se lleva a la práctica también con la comunicación y participación de bienes materiales y espirituales, no por imposición sino por amor, para que la abundancia de unos remedie la necesidad de otros. (Cf. Puebla 1148 – 1152).
Esto nos presenta un desafío: descubrir qué medida tiene lo necesario en nuestra vida.
Para esto no hay reglas. Para cada realidad de vida, y para cada momento, serán necesarias cosas distintas. Esto supone mantener una actitud de discernimiento continuo; buscar lo que agrada al Señor (cf. Ef 5,10) con un corazón sincero y teniendo presente no solo nuestra realidad sino también la de los demás, por lo menos la de aquellos que nos rodean.
¡Cómo nos cuesta adquirir esta conciencia que contradice la cultura materialista y consumista en la que vivimos!
Tenemos la experiencia de sostener económicamente esta Obra mediante los aportes, diezmos y ofrendas que libremente decidimos hacer, y que constituyen el Capital del Señor. Desde este capital común solventamos los gastos propios de desarrollo y extensión del Movimiento. Es parte de nuestro compromiso adulto con la comunidad. Es propio de la vida del discípulo saberse protagonista, no solo con la entrega de la vida en la participación comunitaria o en el desarrollo de un servicio, sino también con la puesta en común de los bienes que administramos.
Nuestro aporte económico es una expresión práctica del Señorío de Jesús sobre nuestra vida, ya que en este gesto, le devolvemos al Señor lo que le pertenece para que lo administre Él, por medio de los hermanos que están a cargo de este servicio. Descubrimos en esto la dimensión pastoral que tienen los bienes.
Los bienes tienen, también, una dimensión fraterna. Somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, y el amor fraterno nos invita a dejar de estar centrados en nosotros mismos. “Ahora voy a Jerusalén para llevar una ayuda a los santos de allí. Porque Macedonia y Acaya resolvieron hacer una colecta en favor de los santos de Jerusalén que están necesitados” (Rom. 15,25-26).
El mirar la necesidad de los demás nos pone en la búsqueda de comunicarnos los bienes que administramos. Este compartir con los hermanos nace en una actitud de vida que estamos llamados a conquistar. ¡Verdaderamente tenemos que generar un cambio adentro nuestro! La caridad nace en nuestro corazón, en nuestro amor comprometido con los otros. Nos lleva a buscar caminos prácticos para el compartir, primero en nuestra propia comunidad de referencia, para que nadie pase necesidad (Cf. Hch 2,44). Este compartir no queda solo dentro de la comunidad; se hace cercano a otros a través de las distintas iniciativas que se plasman; a través de los Centros Pastorales, en el servicio a los más necesitados (se organizan roperos, despensas, etc.).
Además, creemos que los bienes tienen una dimensión civilizadora.
La ruptura del hombre con Dios genera, en cuanto a la administración de los bienes, una gran injusticia social. Lo que expresan nuestros Obispos en el documento de Puebla no ha perdido su vigencia: vemos que cada vez existen más hombres que viven con menos de lo necesario (Cf. Puebla 27-39).
Hoy se habla mucho sobre la globalización económica. Y cabe preguntarnos: ¿globalización al servicio de quién? “La globalización -dice Kavanagh- ha abierto las puertas para que los muy ricos hagan mucho dinero más rápidamente. Estas personas usan la última tecnología para mover enormes sumas de un punto a otro del planeta en forma muy veloz, y así especular mucho más eficientemente… Desgraciadamente, esta tecnología no impacta en la vida de los más pobres del mundo. De hecho, la globalización es una paradoja: beneficia a unos pocos pero margina a dos tercios de la población mundial” (Diario Ámbito Financiero 31/07/96).
Estamos llamados a generar espacios nuevos, experiencias de trabajos comunitarios, donde expresemos la presencia social del Evangelio, donde el valor del trabajo y el capital estén al servicio de la dignidad del hombre y no al revés.
Trabajando de un modo distinto
Al tratar de sintetizar estos aspectos, se me hacen presentes algunas vivencias personales.
Cuando terminaba mi formación universitaria -soy contadora pública- tuve la necesidad de poner en manos de María el desarrollo de mi vida profesional. Mi anhelo era trabajar para construir un mundo nuevo, poner la profesión al servicio de los hermanos, en esta comunidad del Movimiento. No lograba imaginar en donde, pero movida por esta búsqueda, en un diálogo pastoral, hice expresión de este ofrecimiento.
Después de unos años comencé a trabajar en la Administración del Movimiento. La tarea es sencilla, supone organizar la recepción de los aportes de los distintos Centros Pastorales al Capital del Señor; administrarlos responsablemente, junto a los pastores, de acuerdo a las necesidades de la Obra; atender los requerimientos civiles que como Asociación tenemos; etc.
Reconozco que comenzó para mí un camino de transformación, donde se hace presente la dimensión de la entrega en la posibilidad del desarrollo profesional en otros ámbitos, y la riqueza de un trabajo que me permite también el desarrollo de mi vocación pastoral a través del Servicio de Capital del Señor. Vivir haciendo Alianza en este espacio, es mi horizonte.
Más de una vez, experimento que los criterios con los que trabajo no son los del Evangelio y tengo que buscar como volver a él. Descubro que la eficiencia en la tarea, sin tener en cuenta al otro, no es lo propio del Reino. Que el trabajo en comunión con otros supone una mayor lentitud para las resoluciones prácticas pero tiene una riqueza que no la puedo conseguir trabajando sola.
Por último, aprendí que el poner en común los bienes hace posible proyectos que de otra manera serían imposibles sostener. Es la experiencia de la viuda que hace su ofrenda al tesoro del templo. Ofrece lo que tiene, no lo compara con los otros, sino que realiza lo que ha decidido, confiando en que sus dos monedas junto a la de los otros adquieren un mayor valor (Cf. Mc. 12, 41-44).
Quiero terminar pidiéndole al Señor que consolide entre nosotros esta búsqueda. Que nos enseñe los caminos de una respuesta comprometida y adulta en la administración de los bienes de acuerdo a su Palabra. Que su urgencia, por la salvación de muchos, nos anime a expresar esta riqueza que tenemos, a la sociedad en que vivimos.
“Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras.” (2 Cor. 9, 6-8).
María Cristina Zanotto
Setiembre de 1997
N. de la R.: Cristina ingresó a los grupos de oración en su adolescencia. En la actualidad es miembro de una comunidad de consagradas de Nazaret femenino. Tiene 58 años y es una de las responsables del equipo económico general del Movimiento.
Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 109 – SEP 1997