Cuando hablamos de Dios, nos referimos al Padre nuestro, en plural. Esto supone nuestra realidad de ser hermanos. Iguales y diferentes: cada uno es cada uno, pero todos somos hermanos.


A nosotros, con la experiencia que tenemos en el Movimiento, el don de la fraternidad nos da confianza y sencillez en la comunicación y en el trato.
En la medida que se da la fraternidad, la gracia desata algo que está en nuestro interior y nos hace sentirnos personas en relación.
A su vez, este don nos hace estar disponibles para el otro y para la comunidad. Nos da una actitud de servicio y nos hace poner el bien común por encima del propio, porque nos hace volver la mirada a lo que necesitan los demás. Tenemos que pedir la gracia de que esto no se apague en nosotros y que revitalice el don para no quedarnos instalados en nosotros mismos y dejar de lado reticencias que podemos experimentar frente al otro.

Desde la fraternidad nos sentimos iguales y a la vez nos experimentamos diferentes; esto implica el ser coherente con uno mismo. Yo soy yo y el otro es el otro. La igualdad fraterna no es una masificación, sino unidad diferenciada y adulta. La fraternidad implica también que cada uno aprenda a ser consistente consigo mismo.

Aprender a amar

Desde la fraternidad podemos descubrir un camino para crecer en el amor. En algún sentido, en la cultura que vivimos, hemos perdido en buena medida la capacidad de amar y por lo tanto, la gratuidad de la vida fraterna. Es necesario buscar la manera de ser humilde para aceptar los límites propios y ajenos. Asumir los dolores y la cruz que a veces se nos presentan en las vinculaciones. Si no pasamos por la pascua de la cruz, no resucitamos, no salimos del todo de nosotros mismos, no terminamos de hacer una opción de santidad.

La fraternidad nos pide aprender a vivir con realismo la vida. Entonces, nos alegrará la diversidad y la riqueza de la vida. En esto tenemos que saber cómo ofrecer un sacrificio de alabanza a Dios. Parece una contradicción, ¿cómo “sacrificio de alabanza”? Sí, ¡alabado sea Dios en este sacrificio, en lo que me cuesta, en lo que me quita ilusión y me pone en la realidad!

Saber comunicarnos

Dentro de este aspecto, también está el hecho de que la fraternidad requiere saber comunicarse. Lo básico de la comunicación y el reconocernos hermanos es compartir la vida desde la fe y desde el servicio misional de la vida.
También, a la hora de vincularnos, debemos considerar que no todo ni de cualquier manera se comunica. Necesitamos advertir en que situación interior y exterior estoy, en qué momento y ambiente me encuentro, y con qué persona me estoy comunicando.

Es bueno tener en cuenta que la comunicación de la fraternidad se completa con la oración personal y comunitaria, donde nos comunicamos con Dios.

Y en nuestro caso, al ser un Movimiento de la Palabra de Dios, nuestra comunicación se “bebe” en la Palabra de Dios, que es el manantial de vida eterna que se manifiesta fundamentalmente en el agua viva del amor, en la alianza.


Padre Ricardo, MPD

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº244 – JUNIO 2023