Editorial de la Palabra de Dios

La explotación del suelo trae aparejada una realidad social aún más preocupante: la indiferencia frente al dolor ajeno de quien no tiene qué comer, de millones de personas hambrientas y malnutridas. 

Consecuencias del despilfarro

Es importante cambiar realmente nuestro estilo de vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos. Los datos proporcionados en este sentido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indican que aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos no está disponible a causa de pérdidas y derroches cada vez mayores. Bastaría eliminarlos para reducir drásticamente el número de hambrientos. Nuestros padres nos educaban en el valor de lo que recibimos y tenemos, considerado como un don precioso de Dios.

Un problema que interpela nuestra conciencia

El desperdicio de alimentos no es sino uno de los frutos de la “cultura del descarte” que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo; un triste signo de la “globalización de la indiferencia”, que nos va “acostumbrando” lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal. El desafío del hambre y de la malnutrición no tiene solo una dimensión económica o científica, que se refiere a los aspectos cuantitativos y cualitativos de la cadena alimentaria, sino también y sobre todo, una dimensión ética y antropológica.

Repensar nuestros sistemas alimentarios

El tema elegido por la FAO para este año se refiere a los “sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición”, una invitación a repensar y renovar nuestros sistemas alimentarios desde una perspectiva de la solidaridad, superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y orientando mejor nuestro compromiso de cultivar y cuidar el medio ambiente y sus recursos, para garantizar la seguridad alimentaria y avanzar hacia una alimentación suficiente y sana para todos.

Un cambio de mentalidad frente al hambre de los otros

Paradójicamente, en un momento en que la globalización permite conocer las situaciones de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, parece crecer la tendencia al individualismo y a encerrarse en sí mismos, lo que lleva a una cierta actitud de indiferencia –a nivel personal, de las instituciones y de los estados– respecto a quien muere de hambre o padece malnutrición, casi como si se tratara de un hecho ineluctable. Pero el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades.

Salir de nosotros mismos

Un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no solo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global. Es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. 

Edificar una sociedad verdaderamente humana

Solo cuando se es solidario de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses personales, también se puede lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de indigencia determinadas por la carencia de alimentos. La solidaridad no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes. Se han dado muchos pasos en diferentes países, pero todavía estamos lejos de un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad. Educar en la solidaridad significa entonces educarnos en la humanidad: edificar una sociedad que sea verdaderamente humana significa poner siempre en el centro a la persona y su dignidad, y nunca malvenderla con la lógica de la ganancia. 

La familia educadora

Que la familia realice una educación en la solidaridad y en una forma de vida que supere la “cultura del descarte” y ponga realmente en el centro a toda persona y su dignidad, como le es característico. De ella, que es la primera comunidad educativa, se aprende a cuidar del otro, del bien del otro, a amar la armonía de la creación y a disfrutar y compartir sus frutos, favoreciendo un consumo racional, equilibrado y sostenible. Apoyar y proteger a la familia para que eduque en la solidaridad y el respeto es un paso decisivo para caminar hacia una sociedad más equitativa y humana. La Iglesia Católica recorre junto con los fieles esta senda, consciente de que la caridad, el amor, es el alma de su misión. 

Extractos de Más allá de la esclavitud de la ganancia a toda costa en L’Osservatore Romano, 16/10/2013.

Día mundial de la alimentación

Desde 1979, el 16 de octubre se celebra este día proclamado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Su finalidad es hacer que los pueblos del mundo tomen conciencia del problema alimentario mundial y fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza. El día coincide con la fecha de fundación de la FAO en 1945.

Publicado en Cristo Vive ¡Aleluia! Nº194 (SEP-OCT-2014)