“Dos espacios promovidos por la Iglesia se ponen al servicio de quienes eligieron abortar y sufren las secuelas de haberlo hecho”.
Sin distinción de edad ni condición social, muchas mujeres que atraviesan un embarazo deciden realizarse un aborto. Si bien el Papa Francisco sostiene enérgicamente que esto es un pecado grave porque pone fin a una vida humana e inocente, con la misma fuerza afirma que no existe ninguna falta que la misericordia de Dios no pueda alcanzar cuando un corazón arrepentido desea volver al Padre (Cf. Misericordia et misera, 12).
Frente a esta realidad, muchos laicos y consagrados se sienten inclinados a colaborar con las personas que atraviesan por el difícil camino que va hacia la reconciliación con Dios y consigo mismos. Así fue como se formaron dos espacios de sanidad para las madres y los padres que han tomado esta decisión. De esto dan testimonio Mirta Carlucci, que participa como voluntaria del Proyecto Raquel, y Mirta E. Ridruejo, del Proyecto Esperanza. Ambas forman parte de comunidades definitivas del Movimiento de la Palabra de Dios.
Los inicios
El Proyecto Raquel surgió en 1975 como iniciativa de los obispos de Estados Unidos, dos años después de que el aborto fuera declarado legal en el país. Con los años, esta propuesta llegó a diferentes rincones del mundo, incluyendo la Argentina, en donde lo adoptó Grávida, el servicio a la vida naciente y a la maternidad cuya misión es cuidar de la vida del niño por nacer ofreciendo acompañamiento y orientación a la embarazada en dificultad.
El trabajo (voluntario) de quienes forman parte del proyecto es recibir a la persona que acude al espacio sintiéndose culpable, adolorida, sola o incomprendida por haber realizado un aborto y desea ser sanada por la misericordia de Dios.
Este servicio inspiró el Proyecto Esperanza, fundado por Vicki Thorn en el año 1985, en Milwaukee, Wisconsin. En Latinoamérica, comenzó a gestarse en 1999 en Chile, a la sombra del Santuario de Schoenstatt de Bellavista. A diferencia de Raquel, fue iniciado por un grupo de laicos, que fueron asesorados y acompañados por sacerdotes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Este espacio, afirma Ridruejo, “tiene como finalidad facilitar un proceso de aceptación y reconciliación para acoger el sufrimiento por la pérdida de un hijo”. Actualmente en la Argentina es impulsado por el Instituto para el Matrimonio y la Familia de la Universidad Católica Argentina (UCA). Tanto esta institución como Grávida ofrecen cursos de capacitación para los interesados en ofrecerse como voluntarios en estos espacios.
Raquel y Esperanza son programas de acompañamiento para mujeres y hombres que han experimentado la pérdida de un hijo antes de nacer, especialmente por un aborto provocado, y sufren secuelas post-aborto, explica Ridruejo. “Nosotros –afirma Carlucci– los recibimos con el abrazo de Dios Padre Misericordioso invitándolos a un camino que, sí, va a ser doloroso. A un camino que no va a ser sencillo, pero en el que no estarán solos. No solamente vamos a estar nosotros acompañando, sino que estaremos bajo el amparo de la misericordia de Dios”.
El proceso de sanación
¿En qué consiste cada propuesta? Mirta Ridruejo explica que Esperanza “tiene varias etapas y se las transita respetando el proceso de la persona. Se educa sobre las secuelas post-aborto y se enseña a determinar cuáles son los conectores personales del aborto. En otro momento, se busca la liberación del dolor emocional y la rabia reprimida para restaurar las relaciones rotas con uno mismo, con los demás y con Dios. Por último, se establece una relación con el niño abortado y se aprende a utilizar herramientas de autoayuda”.
Carlucci, por su parte, se refiere a lo que motiva los encuentros: “Cuando llega una mujer o un varón –porque también el proceso de sanación Raquel está abierto a los varones con secuelas de pos-aborto, al igual que el Esperanza–, simplemente recibimos la disposición de estas personas que se hicieron conscientes de la herida que dejó la decisión que tomaron en un momento. Nadie viene obligado o mandado, no es algo impuesto, sino que ellos van descubriendo que no les alcanza con haberse acercado al sacramento de la confesión, ni con un proceso terapéutico psicológico, ni con la oración. Ellos sienten que hay algo que no está nombrado. Ellos perciben que ese hijo está ahí”.
Los proyectos ofrecen un acompañamiento individual. En el caso de Raquel, el consejero propone diez encuentros con una frecuencia semanal; por la intensidad emocional que tiene cada reunión, muchas veces estos se desdoblan: “A veces un encuentro se hace en dos o en tres veces. Esto significa que el proceso se realiza durante varios meses. En algunas ocasiones, la persona que lo va haciendo necesita que las reuniones sean quincenales, porque tiene la necesidad de ‘vaciarse’ de todo lo que va descubriendo”. En el caso del Proyecto Esperanza, dice Ridruejo que el “acompañamiento se hace durante todo el camino hacia la reconciliación”.
Si bien Mirta Carlucci es consultora psicológica, ella explica que su servicio no está relacionado con su profesión: “Hacemos mucho énfasis en que este proceso es espiritual y no psicológico”, afirma. En el caso de precisarlo, se orienta a la persona para que busque un espacio terapéutico y, si está participando de uno, se le explica la diferencia entre la terapia y los encuentros que se realizan en Raquel: “Lo que nosotros le ofrecemos es un camino de sanación de una herida, de una secuela espiritual que dejó la decisión que se tomó, porque el proceso de sanidad tiene como foco poder sentirse perdonado por Dios, perdonarse a sí mismo, poder perdonar a los que estuvieron cercanos a esa decisión y poder nombrar y darle una identidad –personalizar– al hijo”.
En el Proyecto Esperanza también se considera la dimensión psicológica de la persona pero no se ahonda en ella: “Es un acompañamiento espiritual, no psicológico. Llegado el caso, podemos sugerirle a quien se acerca que realice una consulta profesional, pero también le ofreceremos, si es una persona de fe, el sacramento de la Reconciliación o la posibilidad de que pueda conversar con un director espiritual”. Lo mismo ocurre en el Proyecto Raquel, que cuenta con sacerdotes capacitados para ofrecer la Reconciliación ante las características particulares que tiene esta herida. También, se le ofrece a la persona la posibilidad de compartir una misa ofrecida para ese hijo, siempre y cuando desee hacerlo.
A pesar de que en ambos casos se trata de proyectos de la Iglesia católica, ninguno de los dos excluye a quienes no son católicos o no participan de ella. Ridruejo afirma que en el Proyecto Esperanza “tenemos en cuenta la fe que profesa la persona y cualquiera puede participar, no solamente alguien católico. Llegado el momento, podría ser acompañado por un sacerdote, por un pastor u otro agente espiritual hacia su proceso de reconciliación”. De modo similar, afirma Carlucci: “Básicamente, respetamos la libertad en cuanto a creencias pero también tenemos en cuenta el fin que tiene el proceso de sanación desde la mirada del Proyecto Raquel: poder ofrecerle a la persona, una vez sanada su herida, que se integre en un espacio dentro de la Iglesia”.
Un lugar para el amor
Sobre esta experiencia, Mirta Ridruejo da testimonio de lo que les ocurre a los que asisten: “He visto el cambio en el corazón de estas personas que vuelven al sentido de la vida. La reconciliación consigo mismas es un camino de la muerte hacia la vida que trae la misericordia de Dios y su perdón. Experimento en mi corazón cómo el Padre los espera en la vuelta hacia Él y cuán grande es el amor de Dios a todos sus hijos”.
“En este camino –sostiene– se me ha expandido el corazón y la mirada para ver el amor ilimitado y misericordioso del Padre. ¡Él está dispuesto a recibirnos cada vez que, con humildad, pedimos que nos perdone y libere del peso del pecado!”.
Mirta Carlucci considera que fue bendecida “con una gracia mariana”, porque en cada acompañamiento siente que María se hace presente: “La Virgen está en medio de nosotros, abrazándonos, sosteniéndonos y animándonos. Desde que comenzamos hasta que terminamos, cada proceso me impacta, me maravilla y me desborda porque soy testigo de la obra del Padre, de su misericordia y su perdón, tanto en la persona que acompaño como también en mí”.
Ambas servidoras concuerdan en que el servicio incide en ellas de tal modo que por medio de él reciben la gracia de Dios: “Mientras en quien participa de los encuentros se hace un proceso, en mí se hace otro de forma simultánea; algo se va reparando y sanando. Me siento llamada e invitada en cada acompañamiento a seguir creyendo y confiando en el Señor, aun en medio de las situaciones más duras y complejas”, dice Mirta Carlucci. Y para ella esto es, sin duda, una fuente de alegría.
Lara G. Salinas