NOTA.-

El desafío de construir una profesión al servicio de la evangelización.

La gran incógnita de qué ser cuando seamos grandes nos acompaña durante la niñez pero se vuelve concreta al terminar el secundario. Ya sea que decidamos trabajar o estudiar, empezamos a construir eso que queremos ser.

Tarde o temprano nos encontramos con la obligación de trabajar. En los jóvenes puede ser que esto sea un deseo, una necesidad inmediata o bien que primero puedan atravesar una etapa de formación para luego insertarse en el campo laboral. Lo cierto es que el trabajo y el estudio son condiciones que atraviesan a los jóvenes y son rasgos principales de la juventud. Son dones de Dios y estamos llamados a asumirlos con responsabilidad y a convertirlos en momentos privilegiados para el encuentro con otros y para el anuncio de la Palabra de Dios. Cada uno puede preguntarse: ¿qué sentido le otorgo al estudio/trabajo? ¿Qué objetivos persigo cuando lo hago? ¿Cómo lo desarrollo?

Muchos jóvenes dedican una importante cantidad de su tiempo a estudiar y a formarse. Además de un don, el estudio es también un regalo de Dios, aunque a veces se torne una exigencia muy grande. Allí se depositan expectativas, sueños, anhelos y se invierte tiempo, dedicación y esfuerzo. Es un aspecto de la vida que Jesús nos llama a “pasar por su corazón”, a darle un lugar. Ya sea porque nos resulta fácil o difícil, porque nos gusta mucho o poco, es muy importante no caer en los extremos: ni absolutizar el estudio como si fuera lo único importante y dejar lo demás en un segundo plano, porque Jesús nos invita a vivir integralmente todas nuestras vocaciones, ni vivirlo como una carga pesada e inabarcable, haciendo lo mínimo para cumplir.

Desde el momento en que decidimos formarnos y estudiar una carrera –por más breve que esta sea– optamos por asumir la tarea que queremos desarrollar de un modo profesional. Esto significa ser responsables por aquello que haremos; nos avalará una certificación por ello que nos habilitará profesionalmente. El deseo de formarse o conocer más sobre ciertas disciplinas implica invertir tiempo en construirnos y construir, es un movimiento interior que busca mirar el mundo, a la sociedad y al prójimo con más herramientas y, en ese sentido, incrementar nuestras posibilidades de transformarlo.

El Padre Ricardo en el libro Yo Soy dice que “vivir el discipulado con autenticidad y aceptar la misión de Jesús no es cosa fácil y, por lo tanto, habrá que prepararse y formarse”1. Tal como los discípulos de Jesús, que fueron llamados por Él para seguirlo y acompañarlo en el anuncio del Evangelio, el discipulado tiene que ver con vivir hoy –con las características de esta sociedad bien distintas a las de esa época– con una disponibilidad al anuncio de la Palabra de Dios. En este sentido, tal como señala el Padre Ricardo, prepararse y formarse responsablemente es parte de aceptar nuestra misión. Si el Señor nos llama a civilizar la tierra, cada uno de los que recibimos este llamado tenemos que estar lo suficientemente bien formados como para desempeñarnos con firmeza y sabiduría en los lugares en los que nos movemos. Dios necesita de nosotros para hacer de la sociedad en la que vivimos un entramado social más justo e inclusivo, para ello tenemos que poder responder a su llamado seriamente formados. Incluso, es necesario que los lugares de mayor poder o responsabilidad social estén ocupados por personas que quieran una sociedad llena del amor de Dios. De este modo, se vuelve de vital importancia evangelizar nuestra formación, darle un lugar protagónico al Señor para que nos enseñe a poner todo lo que sabemos al servicio de la misión de llevar su Palabra a otros.

• CULTIVAR LA VIDA INTERIOR

Así como ocurre en otros aspectos de nuestra existencia, la vida profesional también requiere de cultivar la vida interior. Constantemente hay que tomar decisiones y optar por distintos caminos, y el desarrollo de la vida interior es imprescindible para poder construir nuestra “carrera” al servicio de la evangelización del mundo. Santo Tomás de Aquino, patrono de los estudiantes, dedicó su vida entera a estudiar y a construir conocimiento. De hecho, hizo grandes aportes a la Filosofía y a la Teología. Además, siempre se preocupó por el desarrollo de su vida interior y por profundizar su vínculo con Dios, desde el amor que le tenía a Él desde niño. El santo dio su vida para concretar lo que el Padre le proponía, incluso en el momento de su muerte lo reafirmó haciendo una fuerte profesión de fe. Siempre sostuvo que, si bien el conocimiento era importante, “es mejor amar a Dios que conocerlo”.

La propuesta de santo Tomás de Aquino
es, entonces, doble: conocer el mundo responsablemente y amar a Dios hondamente. Busquemos la sabiduría necesaria para establecer los cimientos de una vida profesional y sostener esta doble invitación: “¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu Espíritu?” (Sab 9, 1-11).

Cultivar la vida interior y formarnos responsablemente son dos acciones necesarias para sostener nuestras profesiones desde nuestros conocimientos teóricos, académicos, profesionales y también desde el amor de Dios. Así podremos llevar este mundo cada vez más cerca a como el Padre lo soñó.

Luciana Sánchez

*Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación.

1. Padre Ricardo, Yo Soy. Meditaciones pastorales sobre la identidad humana, Ed. de la Palabra de Dios, Bs. As., 2015.