ENSEÑANZA APOSTÓLICA.-

¿Cuál es el fundamento de nuestra misión?

  • Una transformación necesaria 

La Iglesia es misionera por naturaleza. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, que es Camino, Verdad y Vida (Cf. Jn 14,6). Es Camino porque nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera del egoísmo y que es fuente de creatividad en el amor.

El Padre desea una transformación existencial de sus hijos que se expresa en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación de Jesús. De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en Palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (Cf. Is 55, 10-11).

  • Jesús, contemporáneo nuestro

La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu que fecunda lo humano y la Creación, como la lluvia lo hace con la tierra.

  • Fuente de vida

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”, nos enseñó Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. El Evangelio es una Persona que continuamente se ofrece e invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual. El Evangelio se convierte así, por medio del bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, que es iluminada y transformada por el Espíritu Santo. Por medio del sacramento de la confirmación, se hace unción fortalecedora que indica caminos y estrategias de testimonio y de proximidad; y, por medio de la Eucaristía, se convierte en el alimento del hombre nuevo.


  • Una fuerza transformadora

A través de la Iglesia, Jesús continúa su misión de buen samaritano porque cura las heridas sangrantes de la humanidad, y de buen pastor, porque busca sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios, no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio; podemos pensar en numerosísimos testimonios de cómo la Palabra ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo y el tribalismo y promueve en todas partes, y entre todos, la reconciliación, la fraternidad y el compartir.

  • Jóvenes “callejeros de la fe”

Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por Él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los cuales poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad.

Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, plaza y rincón de la tierra!

  • Una Iglesia en salida

La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo; se trata de “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”.1 Estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. Se propone una experiencia de continuo exilio para hacer sentir al hombre, que tiene sed de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el “ya” y el “todavía no” del Reino de los Cielos. La misión no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino.

  • El éxito de la misión

Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.2

  • Obras concretas

Hay que vivir a diario una profunda espiritualidad misionera, tener un compromiso constante de formación y animación para la misión, seamos jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos u obispos; debemos involucrarnos para que crezca en cada uno un corazón misionero. Que las comunidades cristianas participen, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización, en todas las obras misioneras.

  • María, la misionera

Hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su humilde fe. Que la Virgen nos ayude a decir que “sí” en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que a todos llegue el don de la salvación.

Francisco


N.de la R.: El próximo Sínodo de los obispos, que será en octubre de 2018 sobre el tema “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.

1. Evangelli Gaudium, 20.

2. Ibid., 49.

Publicado en Cristo Vive ¡Aleluia! Nº209 (SEP-OCT 2017)