El encuentro real con Dios Vivo hace que la persona comience a comprometerse evangélicamente en una relación personal con Cristo.

Encontrarse con Jesús como Palabra de Dios es esencial para poder testimoniarlo en la fe y acceder a una experiencia eclesial de fraternidad, lo que nos hace testigos de Jesús e identificables como sus discípulos.
Dios envió a su Hijo para rescatar a la humanidad y llevarla a su plenitud. En Jesucristo la condición humana es divinizada. Jesús es el Hombre divinizado, el Hombre-Dios. Y en Él y por Él nosotros podemos compartir la plenitud divina y ser hijos adoptivos de Dios. “Pues de su plenitud todos nosotros hemos recibido” (Jn l,16).


La máxima plenitud humana está en compartir la Vida de Cristo: Hijo de Dios e Hijo del hombre. Dice la Palabra: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor, haciéndose semejante a los hombres” (Fil 2,6-7).


Creemos que, en ese Hombre, Jesús de Nazaret, radica la plenitud de la Vida de Dios compartida con la humanidad. Él es el centro y la cumbre gratuitamente anticipada de todo el proceso histórico del hombre.
Nosotros tenemos acceso a Dios por Jesucristo. Él es el puente tendido por el Padre y el Camino de acceso a la trascendencia absoluta: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie llega al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Por eso, el Padre llama a todos los hombres (cf. Mc 16,15-16). No a algunos, sino a todos.
Creer es ponerse a caminar: “Quien cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios” (1Jn 5,1) porque: “El que tiene al Hijo tiene la vida. El que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida, ya que Dios nos dio vida eterna y esta vida está en su Hijo” (1Jn 5,12.11).

La fe del discípulo de Jesús es una disposición de diálogo real con Dios.


En este sentido, la fe se transforma en un imperativo de Dios: “Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo” (1Jn 3,23). Creer es ponerse en disposición de diálogo con Dios, es abrirse a la comunicación con Él, es querer escucharlo y recibir su Palabra.


La fe del discípulo de Jesús es una disposición de diálogo real con Dios y supone una disponibilidad diferente en el interior del hombre, una nueva luminosidad: la certeza de Dios. Porque “Dios es luz” (1Jn 1,5). Y nadie conoce la Luz si no se pone en la Luz. Si no se deja iluminar.


Dios quiere hacer de cada vida humana un Evangelio de Cristo. Una nueva Palabra de Dios. Esto no se entiende realmente sino es por la vida.


Creer realmente en Dios es creer en Cristo Jesús. Escuchar realmente a Dios es escuchar a Cristo. Conocer históricamente a Dios es conocer a Jesús. En Él tenemos la figura, la imagen y la realidad humana de Dios. A Jesucristo lo podemos conocer, de alguna manera, como a toda persona. Para esto tenemos la novedad de la Palabra de Dios y la fe de la Iglesia, de cuyo seno salieron los Evangelios: “Conocer la Sagrada Escritura es conocer a Cristo”, decía San Jerónimo, y leer el Nuevo Testamento es escuchar a Cristo-Palabra de Dios.


El testimonio del creyente debe conducir a todo semejante al contacto con la Palabra de Dios, pero ¿cómo podrá ser, si no conocemos el Evangelio, si no tenemos el gusto por las Escrituras, si no nos mueve el dinamismo de la Palabra?


Somos cristianos. Y muchos parecen hacer del cristianismo más bien una ideología, un moralismo, una filosofía trascendente o un cultismo. Y en esos casos la transmisión de la fe es precaria; la vida de los hijos de Dios, desvaída.


Somos cristianos y ¿qué conocimiento personal tenemos de Jesucristo?, ¿lo conocemos como a un amigo?, ¿lo reconocemos vivamente como a nuestro Salvador?, ¿lo tenemos como Maestro?, ¿necesitamos escuchar su Palabra en la lectura personal de sus Evangelios?


Estas son inquietudes de la vida del discípulo de Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Qué somos capaces de decir de Jesús con el corazón? ¿Estamos dispuestos a entregarle nuestras vidas y de nuestras cosas? ¿Podríamos sufrir y dar prácticamente la vida por Él?


Un camino propio del que quiere ser discípulo de Jesús es desear conocer la vida del Maestro. ¿Por qué no comenzamos a leer con pasión de amor los Evangelios y a vivir toda la Palabra? Dios no ha hablado imposibles: la fe, la entrega y el amor hacen posible la eficacia de las Sagradas Escrituras.


Lo prácticamente importante de la fe de un discípulo de Jesús es tener una relación personal con el Señor. Que Él sea Alguien en nuestra vida, que necesitemos hablarle, no por costumbre, sino por convicción del corazón. No corramos el riesgo de formalizar nuestra fe.


Para ser discípulos, necesitamos convertirnos realmente a Cristo y a su Evangelio. Que Jesús sea, no solo nuestro Salvador, sino también nuestro Señor.


Padre Ricardo, MPD

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 245 – JULIO 2023