El Espíritu Santo se revela aun en tiempos de confinamiento, como lo hizo con María y los discípulos la primera vez.

En el libro de los Hechos de los apóstoles, se asienta el testimonio histórico de la gran afluencia de gente de muchos lugares que se encontraban en Jerusalén para celebrar la fiesta de la “cosecha” (Hech 2,9b-11).

Coincidencia o no, con este marco, se da el acontecimiento de Pentecostés, para que el mundo se entere y sea testigo de un hecho que dejará una marca en la historia.

Los apóstoles, los discípulos, María y muchas mujeres, que sumaban 120, se encontraban en el Cenáculo, atrincherados por un lado por el miedo a lo que las autoridades religiosas del pueblo judío pudieran maquinar en su contra y, por otro, en obediencia al Maestro que les había pedido que fueran allá y esperaran, porque debía cumplirse una promesa. 

El Espíritu Santo prometido se hace “realidad visible”. Siempre estuvo en el mundo, pero podríamos decir que de “incógnito”, pues nadie lo identificaba, nadie lo relacionaba con la Trinidad, misterio que tampoco era claro para ellos.

Podemos decir que en Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta como “persona” (puedo relacionarme con Él, puedo tener un vínculo, puedo comunicarme), que adopta la forma simbólica de “lenguas de fuego” y se posa sobre la cabeza de cada uno de los presentes. De esta forma, genera en ellos una relación profunda, que rebasa las palabras del lenguaje común, hablando directamente al corazón, a lo más profundo de cada uno, con un poder especial de transformación que toma sus mentes y sus actitudes.

El miedo y el temor son superados y reemplazados por la valentía y la decisión, que llevan a los discípulos a anunciar y ser testigos.

Trato de contemplar la escena y asocio las lenguas de fuego con aquellas palabras de Jesús: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12,49); porque esas “lenguas de fuego” transformaron a los discípulos volviéndolos el fuego que debía extenderse e incendiar la tierra.

Pentecostés “confirma” a estos hombres y mujeres como “verdaderos discípulos” (hasta ahora eran discípulos presentes, que acompañaban a Jesús en su misión); que pueden entender la profundidad del llamado y pueden dejarse configurar a imagen del Maestro. Es el Espíritu Santo que reciben el que habla en sus corazones, el que les enseña y explica lo que hasta ese momento no habían entendido.

El estado de “encierro” de los discípulos es, hasta cierto punto, comparable con el estado de confinamiento que vive el mundo por la pandemia del coronavirus. Esto le confiere un signo particular y me llama a pedir al Espíritu Santo las luces que necesito para leer, interpretar y asumir los signos de los tiempos que Dios quiere mostrarnos en este momento.

Me lleva a pensar qué quiere el Padre de mí en el “día después”, cuando volvamos a retomar las actividades: qué cambios espera que haga, qué quiere pedirme; qué nuevos dones quiere regalarme para poder acometer su encargo. Me propone examinar mi imagen discipular antes y después de la pandemia; antes y después del confinamiento; cómo debo ejercer mi discipulado a la luz de la nueva realidad.  

Me invita a meditar y a descubrir todo lo que el Señor quiso enseñarme en este tiempo, las nuevas necesidades del hermano y las mías; las perspectivas desde la actualización en la tecnología y su invitación a incorporarla en la misión; las disposiciones que necesita mi corazón para entender la nueva realidad del mundo; mi vínculo con la realidad cósmica y universal; me pide seriamente que resitúe las prioridades.

Dejemos que el Espíritu Santo nos sorprenda. Permitámosle iluminarnos, conducirnos y llevarnos por el camino en el que el Padre nos pensó, para llegar a la meta que Él soñó para cada uno de nosotros. 

Héctor Merino Salvador
Quito – Ecuador

N. del E.: Héctor es médico y junto a su esposa Milia participan de la Rama de matrimonios dedicados a Dios en el Movimiento de la Palabra de Dios. Este anuncio fue ofrecido a los hermanos de Quito en Pentecostés del año 2020.

Cristo Vive, Aleluia! Nº 227 (may-jun 2021)