Carlos Yaquino participó de los comienzos del Movimiento, en 1974. Tenía 18 años y se reunía en un grupo de oración para secundarios del Centro Janer. Al poco tiempo formó parte del grupo que dio origen a lo que en la actualidad es la Editorial de la Palabra de Dios. 

Hoy, ya casado y con cuatro hijos, es ingeniero y trabaja en la Central Hidroeléctrica Yacyretá, en la zona de misión de Ituzaingó, Corrientes. 

 ¿Cómo nació la idea de hacer una revista? 

Todo empezó en la Jornada de Pentecostés de 1975, cuando el Padre Ricardo anunció el Espíritu Santo que promovía e impulsaba los servicios en la comunidad. Creo recordar que entre varios ejemplos mencionó una revista o boletín interno.

¿Por qué te involucraste en el proyecto?

A varios de nosotros nos quedó resonando la idea. El anuncio nos movió. Vimos que una revista sería realmente muy útil para unirnos y expresarnos como cuerpo. Queríamos dar a conocer lo que el Señor hacía en los grupos de oración: la experiencia de un Dios vivo, cercano y real que construía comunidad. Así que nos anotamos y empezamos a reunirnos. Éramos cinco jóvenes: Marcelo L., Marcelo C., Ignacio B., Carlos S. y yo. Nunca había estado en nada parecido. Tenía 19 años.

   ¿Cuánto tiempo participaste? 

Estuve en el equipo de la revista doce años, en los orígenes de la Obra, desde el primer número en setiembre de 1975, hasta que fui a trabajar a Yacyretá en junio de 1987.

   ¿Cuál era tu rol? ¿Cómo lo vivías?

El pastor me propuso ser coordinador del equipo de la revista, equipo que en esos tiempos pioneros se ocupaba de todo: redacción, gráfica, producción, armado, distribución, etc. Yo vivía este servicio con alegría, ya que me permitía expresarme y compartir talentos que el Señor había puesto en mí: capacidad de planificación, ojo “biónico” para la ortografía, cierta habilidad para redactar. Aprendí mucho del P. Ricardo, que corregía cada página y nos enseñaba estilo, además de los errores teológicos, etc. 

Poco a poco, al despertar la vocación pastoral, descubrí lo editorial como una forma perdurable del anuncio y de apuntalar la evangelización. Surgieron así también los suplementos y los “Poniendo en común”.

 ¿Cómo surgió el nombre? 

No recuerdo una gran deliberación al respecto. Lo que sí recuerdo que acordamos enseguida cambiar el Aleluya! por un más fonético Aleluia!.

   ¿Cómo fueron pensando el contenido? ¿Cuál fue la visión del proyecto en ese momento?

El primer número fue como una declaración de principios: dar testimonio de lo que el Señor hacía entre nosotros. El segundo vimos que sería oportuno que apareciera para la Jornada final en diciembre. El tercero debía salir para el retiro de Pascua, y así sucesivamente con las jornadas de Pentecostés y la Asunción de María. El pastor nos daba abundante material de fondo y testimonios. Una vez que se establecieron las fechas de aparición, asociadas a las convocatorias de los grupos de oración, los ejes temáticos se fueron planteando solos. Así el de agosto era el número dedicado a María y a la consagración, el de diciembre se orientaba a Navidad y la familia, etc. 

¿Cómo se hacía la revista? ¿Con qué recursos humanos y materiales contaban?

Empezamos con una máquina de escribir prestada. En el último minuto me di cuenta de que el N° 1 no tenía dibujo de tapa, así que como pude ¡dibujé mis manos orando! Los números siguientes los hicimos en stencil, cada vez más en equipo, en la impresora que nos prestaban las hermanas del colegio Janer. Allí redescubrimos el ora et labora de los benedictinos, no solamente para sobrellevar la monotonía de las impresiones sino para protegernos del adversario que siempre rondaba tratando de sabotear la publicación. Luego vino la donación de la IBM eléctrica y sus bochitas, la fotoduplicación, las corridas a los talleres en Tribunales, las fotos, los originales en composer, los redactores y traductores, el tamaño grande actual, el color, el aporte de los hermanos profesionales gráficos, la primera salita en la sede de San Juan. ¡Cuántos recuerdos! Aprendimos el oficio editorial, las reuniones de equipo, el reparto de funciones, la recolección de colaboraciones, las diversas tecnologías de impresión, la recuperación de los costos y a servir en el amor.

En todos estos años, ¿cuál fue tu experiencia cuando recibías la revista que otros hacían?

La he visto evolucionar enormemente, tanto en contenido como en presentación. Fue un aprendizaje el verla desde afuera. No siempre hubiera hecho lo que se hizo en cada número, es decir, era un lector comprometido y participante. Creo que la revista como discípula del Movimiento tuvo una época de énfasis en el compromiso con los más necesitados, luego otra de acento en las manifestaciones marianas. Creo también que en estos últimos años han pasado cosas en la Obra que no se han compartido en la revista, tal vez por haberse desarrollado otros canales de expresión como los retiros de las ramas, etc. 

 ¿Cómo la ves en la actualidad?

La veo firme en sus convicciones originarias, amplia en su espectro de destinatarios, madura en su lenguaje testimonial y a la vez comprensible a casi todo el público


¿Qué te representa verla después de un cuarto de siglo?

Me gusta, y a la vez seguiría buscando mejorarla. Este año jubilar el Señor me muestra que necesita una Cristo Vive Aleluia! permanentemente actualizada, también en inglés, italiano, alemán, portugués, etc. ¡Hay millones que esperan conocer el carisma del amor a través del ministerio de la Palabra! Hace falta una nueva generación de evangelizadores que se dejen guiar por el Espíritu, que produzcan contenidos en los lenguajes de hoy. Porque hoy como ayer Jesús es el Señor, ¡y el mundo lo ha de saber!

Publicado en la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº 124