Cuaresma
Tiempo para despojarse
Dios se revela mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por ustedes» (Cf. 2 Cor 8,9). Es la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria.
Jesús nos invita a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (Cf. Rom 8, 29).
Dios sigue salvando a los hombres mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo. Es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. (Extracto del Mensaje para la Cuaresma 2014)
Domingo de Ramos
¡Bendito el que viene como rey!
Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios y se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma. Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros, que ve nuestras debilidades, nuestros pecados. Y, así, entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos nosotros.
Jesús es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina en nuestro camino. Y esta es la primera palabra que quisiera decirles: alegría. No sean nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca se dejen vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús.
Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. (De la homilía del Domingo de Ramos 24/03/2013)
Jueves Santo
“Yo estoy a tu servicio”
Esto es conmovedor: Jesús lava los pies a sus discípulos. Pedro no comprende nada, lo rechaza. Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”. Ayudarse unos a otros: esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Pero es un deber que viene del corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñando. Y así, ayudándonos, nos haremos bien. Podemos preguntarnos: “¿Estoy verdaderamente dispuesto a servir, a ayudar al otro?”. (Casal de Marmo – Jueves Santo 2013)
Viernes Santo
La cruz de Jesús: amor, misericordia, perdón
Hoy tiene que quedar una sola palabra: la cruz de Jesús es la palabra con la que Dios respondió al mal en el mundo.
A veces nos parece que Dios no responde al mal y que se queda en silencio. En realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la cruz de Cristo. Una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también Juicio. Dios nos juzga amándonos, si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo estoy condenado, no por Él, sino por mí mismo, porque Dios no condena sino que ama y salva. La palabra de la cruz es la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y entorno a nosotros. Los cristianos tienen que responder al mal con el bien tomando sobre sí la cruz como Jesús.
Entonces, continuemos este Vía Crucis en la vida de todos los días, caminemos juntos en la vía de la cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de perdón, caminemos esperando la resurrección de Jesús que nos ama tanto, que es todo amor. (Palabras del Santo Padre al concluir el Vía crucis en el coliseo – 29/03/2013)
Domingo de Pascua
¡Cristo ha resucitado!
Quisiera que esta noticia llegue a todas las casas, a todas las familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en las cárceles, sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay esperanza para ti, ya no estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la misericordia.
Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna. Jesús nos ha abierto a un futuro de esperanza. He aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y su gloria somos nosotros: es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).
Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos, pero el poder de la Resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana.
Acojamos la gracia de la Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz. (Extracto de las Palabras del Papa Francisco durante la bendición Urbi et Orbi – 31/03/2013)