Editorial de la Palabra de Dios

7 de Octubre de 2001
Centro Mariano “ARCA DE LA NUEVA ALIANZA” (M.P.D.)

“Y apareció en el cielo un gran signo:
una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce
estrellas en su cabeza.”
(Ap. 12,1).

“Deseo que propaguen mis mensajes por todo el mundo.”
(Cuenca, mens.67)

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ANUNCIO: La grandeza de la pequeña Bernardita

¡No te haré feliz en este mundo, sino en el otro! Esto es lo que oyó que le decía la “Señora vestida de blanco” que el 11 de febrero de 1858 se le apareció en la gruta de Massabielle. Ella era una jovencita de apenas 14 años, casi analfabeta y pobre en todos los sentidos, ya fuera por los escasos recursos económicos de que disponía la familia, ya por su limitada capacidad intelectual, ya por una salud extremadamente débil que, con sus continuos ataques de asma, no le permitía respirar. En su trabajo pastoreaba a las ovejas y su único pasatiempo era la corona del rosario que recitaba cotidianamente pues encontraba en ella consuelo y compañía. Con todo eso, fue justamente a ella, una chica aparentemente “inútil” según la mentalidad mundana, a quien la Virgen María se presentó con aquel título que la Iglesia, apenas cuatro años antes, había proclamado como dogma: Yo soy la Inmaculada Concepción, le dijo durante una de las 18 apariciones que Bernadette tuvo en aquella gruta cerca de Lourdes, su pueblo de nacimiento.

Una vez más Dios había escogido en el mundo “lo que es necio para confundir a los sabios” (cf 1 Cor 23), invirtiendo todos los criterios de valoración y de grandeza humana. Es un estilo que se ha ido repitiendo en el tiempo, incluidos aquellos años en los que el mismo Hijo de Dios escogió entre unos humildes e ignorantes pescadores a aquellos Apóstoles que proseguirían luego su misión en la tierra, dando vida a la primera Iglesia. “Gracias porque si hubiese existido una joven más insignificante que yo, no me habrías escogido a mi…..” escribía la joven en su Testamento, consciente de que Dios escogía entre los pobres y entre lo últimos a sus colaboradores “privilegiados”.

Bernadette Soubirous era lo opuesto a una mística; la suya, como se ha dicho, era una inteligencia sólo práctica y de escasa memoria. Sin embargo no se contradijo nunca cuando explicaba lo que había visto: “en la gruta de la Señora vestida de blanco y con una cinta celeste anudada en su seno”. ¿Por qué creerla? ¡Precisamente porque era coherente y sobre todo porque no buscaba privilegios para ella, ni popularidad ni dinero! Y luego ¿cómo hacía para conocer, en su ignorancia abismal, aquella misteriosa y profunda verdad de la Inmaculada Concepción que la Iglesia acababa de confirmar? Fue justamente esto lo que convenció a su párroco.

Pero si para el mundo se escribía una nueva página del libro de la misericordia de Dios (el reconocimiento de la autenticidad de las apariciones de Lourdes llegó apenas cuatro años después en 1862), para la vidente comenzó un camino de sufrimiento y persecución que la acompañó hasta el final de su vida. No te haré feliz en este mundo…No bromeaba la Señora; Bernadette fue pronto víctima de sospechas, llevada de un lado para otro, interrogada con acusaciones de todo tipo incluso hasta ser arrestada. Nadie le creía: ¿era posible que la Virgen la hubiese escogido a ella?, se decía. La jovencita no se contradecía nunca pero para protegerse de tanta crueldad se le aconsejó que se recluyese en el monasterio de Nevers. “He venido aquí para esconderme” afirmó el día de su toma de hábito y evitaba cuidadosamente buscar privilegios o favores sólo porque Dios la hubiese escogido de una manera completamente diversa de los demás.

No había peligro. Esto no era lo que la Virgen había previsto para ella aquí en la tierra…Incluso en el convento Bernadette tuvo que soportar una continua serie de humillaciones y de injusticias, tal y como atestigua en su Testamento: “Gracias por haber colmado de amargura el corazón demasiado tierno que me habías dado, por los sarcasmos de la Madre Superiora, su voz dura, sus injusticias, sus ironías y humillaciones, gracias. Gracias por haber sido el objeto privilegiado de los reproches, por los que las hermanas decían: ¡Que suerte no ser Bernadette!”. Éste era el estado de ánimo con el que ella acogía el trato que le había tocado en suerte. Incluida aquella afirmación que había oído a la Superiora cuando el Obispo le iba a hacer un encargo: “¿Qué es lo que quiere decir a aquella que es una nulidad?”. El hombre de Dios en absoluto atemorizado respondió: ¡”Hija mía porque eres una nulidad te doy el encargo de la oración!”

Involuntariamente, le estaba confiando la misma misión que la Inmaculada le había ya confiado en Massabielle, cuando a través de ella pedía a todos: Conversión, penitencia, oración…A lo largo de toda su vida, la pequeña vidente obedeció a esta voluntad, orando en lo escondido y soportándolo todo unida a la pasión de Cristo. Lo ofrecía, en la paz y en el amor, por la conversión de los pecadores, de acuerdo con la voluntad de la Virgen. Sin embargo, una alegría profunda la acompañó durante los largos nueve años que pasó en el lecho, antes de morir a los 35 años, atrapada por un mal que iba en aumento. A quien la consolaba le contestaba con la misma sonrisa que la iluminaba durante los encuentros con la Virgen: “María es tan bella que todos los que la ven desearían morir para volver a verla”. Cuando el dolor físico se hacía más insoportable, ella suspiraba: “No, no busco alivio, únicamente fuerza y paciencia”.

Su breve existencia transcurrió también en la humilde aceptación de aquel sufrimiento, que servía para rescatar a tantas almas necesitadas de recuperar la libertad y la salvación. Una respuesta generosa a la invitación de la Inmaculada que se le había aparecido y que le había hablado. Y consciente de que su santidad no dependía de haber tenido el privilegio de ver a la Virgen, Bernadette concluía así su testamento: “Gracias, Dios mío por esta alma que me has dado, por el desierto de la aridez interior, por tu oscuridad y por tus revelaciones, por tus silencios y tus luces; por todo, por Vos, ausente y presente, gracias Jesús”.

Stefania Consoli

(Eco de Medjugorje 158, julio-agosto 2001, pág. 5, col. 1-2)

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MARÍA EN LA IGLESIA

«La bienaventurada Virgen María sigue “precediendo” al Pueblo de Dios. Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones, y, en cierto modo, para toda la humanidad» («Redemptoris Mater», 6). Ella es la estrella del tercer milenio, al igual que en los inicios de la era cristiana fue la aurora que precedió a Jesús en el horizonte de la historia. De hecho, María nació cronológicamente antes de Cristo, lo engendró y lo introdujo en nuestra historia humana. Nos dirigimos a ella para que siga guiándonos hacia Cristo y el Padre, en la noche tenebrosa del mal y en los momentos de duda, crisis, silencio y sufrimiento. Elevamos a ella el canto preferido de la Iglesia de oriente, el «Himno Acatistos» que en 24 estrofas exalta líricamente su figura. En la quinta estrofa dedicada a la visita de Isabel, exclama: 

«Alégrate, sarmiento de planta inmarcesible. Alégrate, fruto íntegro. Alégrate tú, que cultivas al cultivador amigo de los hombres. Alégrate, procreadora del Creador de nuestra vida. Alégrate, terreno que germina fecundidad de compasión. Alégrate, mesa que ofrece copiosamente misericordia. Alégrate porque haces florecer un prado de delicias. Alégrate porque preparas un puerto a las almas. Alégrate, incienso de súplicas. Alégrate, perdón del mundo entero. Alégrate, benevolencia de Dios hacia los mortales. Alégrate, atrevida palabra de los mortales dirigida a Dios. Alégrate, ¡Virgen Esposa!».

La visita a Isabel sellada por el cántico del Magnificat, un himno que atraviesa como melodía perenne todos los siglos cristianos: un himno que une los espíritus de los discípulos de Cristo más allá de las divisiones históricas, que estamos comprometidos a superar de cara a una comunión plena. En este clima ecuménico es bello recordar que Martín Lutero, en 1521, dedicó a este «santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios» —como él decía— un célebre comentario. En él afirma que el himno «debería ser aprendido y memorizado por todos» pues «en el Magnificat María nos enseña cómo tenemos que amar y alabar a Dios… Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para incitar a todos a confiar y alabar la gracia divina».

María celebra la primacía de Dios y de su gracia que escoge a los últimos y despreciados, los «pobres del Señor», de los que habla en Antiguo Testamento, los eleva y los introduce como protagonistas en la historia de la salvación.

Juan Pablo II (21/3/2001)

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LOS HECHOS: LOURDES

María se apareció a Bernardita Soubirous – una jovencita de 14 años – 18 veces, desde el 11 de febrero hasta el 16 de julio del año 1858.

Bernardita describe así a María, en su primera aparición: “Dentro de ella y detrás de las ramas vi a una joven no más alta que yo, con un vestido blanco que le llegaba hasta los pies, de los cuales sólo se veían los dedos, y sobre ellos una rosa amarilla.  El vestido era cerrado hasta el cuello, sujeto por un fiador de cordón blanco, que le colgaba.  Llevaba una faja azul que le caía llegando un poco más debajo de las rodillas.  Un velo blanco le cubría la cabeza dejando al descubierto algo de pelo, que descendía por los hombros y los brazos hasta el suelo.  De su brazo derecho colgaba un rosario grande, de cuentas blancas gruesas, muy separadas, y una cadena dorada”.

Después comentaría: “Jamás vi nada tan hermoso.  Es tan bella que cuando se la ha visto una vez se desea morir para volver a verla”. 

En la segunda aparición, Bernardita le arrojó agua bendita para preverse de todo engaño del espíritu del mal.  La respuesta de María era una sonrisa.  La vidente quedó radiante y fuera de sí.

En la tercera aparición del 18 de febrero, María le dice a Bernardita: “no te prometo hacerte feliz en este mundo sino en el otro”.  Esta expresión sintetiza lo que será el camino de santidad de Bernardita.

En la sexta aparición del 21 de febrero, María le dice: “Ruega a Dios por los pecadores”.  Hay un centenar de personas en el lugar, entre ellas un médico incrédulo –el Dr. Dozous- que estudia el comportamiento de la vidente.  Y lo encuentra normal.

La gruta de la aparición tiene unos 12 metros de ancho, por 8 de profundidad.  A su derecha, a tres metros y medio sobre el suelo, hay una cavidad de, aproximadamente, metro y medio.

Durante la séptima aparición del 23 de febrero, el éxtasis de Bernardita duró una hora en un clima de ambiente sobrenatural.  Ocurrió al acabar el primer misterio del Rosario que se rezaba.  Bernardita sostenía una conversación; a veces temblaba de alegría; otras, suplicaba, rezaba y se santiguaba.  Una mujer clavó un alfiler en el hombro de la vidente que no acusó el pinchazo.  En un momento determinado, un dedo de ella quedó un rato sobre la llama de una vela sin que sufriera daño.

María le comunicó uno de los tres secretos personales, que junto con una oración para ella, nunca revelará.

La novena aparición del 25 de febrero, fue el día de la fuente milagrosa.  La Virgen le dice: «vaya a lavarse a la fuente y a beber en ella».  Bernardita debe cavar en el suelo, del que comienza a manar agua.  Y la gente, progresivamente, hace uso de ella con beneficio de sanidad. 

En la 13ª aparición hay más de un millar de personas.  María le pide a Bernardita, la construcción de una capilla.  A causa de esto, es interrogada por el párroco que se mantiene al margen de los sucesos.

En al 15ª aparición del 4 de marzo asisten alrededor de 10.000 personas.  El Dr. Dozous, incrédulo, comprueba la curación de un paciente suyo de amaurosis incurable (lesión de retina) “Un rayo que hubiera caído a mis pies –decía el médico- no me hubiera causado mayor espanto”.  Desde entonces se dedicó a comprobar y relatar las curaciones.  Es el precursor de la actual “Oficina de Lourdes”.

La 16ª aparición ocurre el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación.  Bernardita le pregunta a la aparición, cuál es su identidad: ¿quién eres?  Y ella le responde: «Yo soy la Inmaculada Concepción”.

Con esta afirmación, el cielo confirmaba el discernimiento doctrinal de la Iglesia.  Porque cuatro años antes, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción.  El año 1858 encadena a Lourdes con la aparición de La Salette.  Allí, la Virgen le confió a la vidente Melania un secreto a revelar en el año de su aparición en Lourdes.

El Obispo, ante los frutos espirituales y prodigios que se narraban, decide constituir una comisión investigadora de los hechos.  Después de dos años, la comisión presentó el dictamen favorable y el 18 de enero de 1862, el obispo emitió un documento aprobando las apariciones de la Virgen María.

“Juzgamos que la Inmaculada María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardita Soubirous, el 11 de febrero de 1858 y días siguientes, en número de dieciocho veces, en la gruta de Masabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que tal aparición contiene todas las características de la verdad y que los fieles pueden creerla por cierta.  Humildemente sometemos nuestro juicio al del Soberano Pontífice, que es el encargado de gobernar la Iglesia universal.  Autorizamos en nuestra diócesis el culto de Ntra. Sra. de la Gruta de Lourdes.  Para conformarnos con la voluntad de la Santísima Virgen, repetidas veces manifestada en su aparición, nos proponemos levantar un santuario en los terrenos de la gruta, hoy propiedad del obispado de Tarbes”. El templo, edificado en lo alto de las rocas con capacidad para 1.000 personas, fue inaugurado el 16 de julio de 1876.  Asistieron 35 obispos y 100.000 fieles.  El 7 de septiembre de 1901 se inaugura un segundo templo del Rosario con capacidad para 3.000 personas.  Y el 25 de marzo de 1958, el futuro Papa Juan XXIII, -hoy beatificado- consagra una nueva basílica subterránea “San Pío X” con capacidad para 25.000 personas.  Este Papa llamó a Lourdes, “Sede del poder y de la misericordia de María”.  Juan Pablo II fue el primer Papa que peregrinó a Lourdes en agosto de 1983.

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TESTIMONIO

Los siguientes, fueron los milagros aceptados por la Iglesia para el proceso canónico de Bernardita.

* Sor María Melania Meyer, Hermana de la Providencia de Ribeauvillé, 30 años, con úlcera de estómago, agudos dolores y frecuentes vómitos, no puede alimentarse, está muy débil.  En 1910 va en peregrinación desde Moulins con gran sufrimiento.  Permanece una hora sobre la tumba de Bernardita.  Se levanta curada.

* Enrique Boisselet, 17 años, con peritonitis tuberculosa, desahuciado.  Se hace una no novena a la sierva de Dios, y el 8/12/1913, último día de la novena, sanó repentina y totalmente.

* Mons. Alejo Lemaitre, arzobispo de Cartago, padecía desde hacía 10 años una grave infección amebiana sin esperanzas de curación.  El 3 de agosto de 1925, semanas después de la beatificación de Bernardita estuvo en Nevers para asistir al solemne traslado de los restos.  Se sintió completamente curado. * Sor María de S. Fidel, Hermana del Buen Pastor, en Lourdes, con un tumor en la rodilla y mal de Pott, iba cada vez peor.  Comienzan una novena a la beata: al siguiente día, 6/2/1928, se sintió completamente curada.

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MENSAJE

  La santidad vence a la muerte

Cuerpo incorrupto de Santa Bernardita

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MARÍA EN EL MUNDO

 Lourdes es la presencia sanante de Dios, a través de María, para todo el mundo.  Mucha gente necesitada de Dios, adquiere allí la salud del cuerpo y del alma.  Tal fue el caso, por ejemplo, de un médico, premio Nóbel de medicina, llamado Alexis Carrell.  Como incrédulo iba a Lourdes y en el tren que lo llevaba, asistió a una persona afectada de enfermedad incurable.  Ya en la fuente y el Santuario de Lourdes, comprobó la curación del enfermo y él curó su incredulidad.  Dio testimonio a través de una publicación titulada “Viaje a Lourdes”.

Se estima que, desde 1858, han visitado Lourdes más de 400.000.000 de peregrinos y que muchas han sido las curaciones físicas, morales y espirituales.  Uno de esos casos es el de Victorio Micheli.

¿Cuántos son los milagros de Lourdes?  Imposible establecerlo.  Cercano a la Gruta existe la “Oficina Médica”, donde se recoge la documentación médica de todas las posibles curaciones, pero muchas se escapan.  Tantas no llegan a la gruta, se verifican en la casa de los enfermos a donde llegó el agua recogida en Lourdes.  Muchas no son con signos o señales externas.  La mayor parte son curaciones espi-rituales, conversiones, cambios radicales de vida, auténticos milagros espirituales, que nos son tomados en consideración.

La Iglesia pues es muy prudente.  Hace una neta distinción entre curaciones y milagros.  Admite que las curaciones ocurridas en Lourdes son millares, pero de ellas sólo unas setenta las ha declarado como milagros.

Para que una curación imprevista e inexplicable pueda obtener la patente de milagro de parte de la Iglesia debe atravesar una gran cantidad de exámenes médicos y teológicos.  Un auténtico proceso con cuatro etapas fundamentales: 1) Recolectar los datos que son presentados en la oficina médica de Lourdes; 2) examen de la curación de parte del «Comité médico internacional», una suerte de corte de apelación, constituida por médicos de fama internacional, los cuales deben establecer si se trata verdaderamente de una curación científicamente inexplicable; 3) examen de la curación de la «Comisión Teológica» que debe acordar si la misma ocurrió sólo por la intervención de Dios, a través de la intercesión de la Virgen María, en el caso de milagros ocurridos en Lourdes; 4) si también esta comisión da una respuesta positiva, el obispo de la diócesis del individuo sanado, emite el decreto declarando oficialmente que se está de frente a un milagro.

Vittorio Micheli, ex alpinista, de 57 años, es uno de los ejemplos más clamorosos de curaciones ocurridas en Lourdes, Estaba enfermo de un tumor maligno en la pelvis.  El mal le había tomado completamente la cabeza del fémur, parte de la pelvis y tenía cortados los músculos de la nalga izquierda.  La pierna permanecía unida al tronco solo por la piel y colgaba pendularmente del cuerpo como una salchicha, En Lourdes, Micheli encontró la curación del tumor y después se verificó también una total reconstrucción del fémur, cosa científicamente inconcebible y jamás visto en la historia de la medicina.

Vittorio vive en Scurelle, en las cercanías de Trento, en Valsugana, con su mujer Lidia.  “En 1961, era soldado, en el cuerpo de los alpinistas” cuenta, “y comencé a tener fuertes dolores en la cadera.  Llegué derivado al hospital de Verona, y fui sometido a análisis e investigaciones y encontraron que tenía un tumor en el fémur.  Los médicos no me dijeron nada, pero le advirtieron a mi familia.  Mis condiciones empeoraban. De Verona pasé al hospital militar de Trento, después a Levico, al Centro de tumores de Borgo Valsugana y aún a Trento.  El tumor era maligno por lo que no había ninguna posibilidad de curación.  Mi madre siempre lloraba y un día me pidió de ir a Lourdes en peregrinación.  Yo era católico, pero no muy ferviente.  No tenía ningún deseo de ir a ese viaje, pero resolví hacerlo para contentar a mi madre.

“Hice la peregrinación a Lourdes del 24 de mayo al 6 de junio de 1963.  Fui acompañado de mi hermano.

“Mis condiciones eran gravísimas.  Ya no comía y debía tomar medicinas continuamente para calmar los dolores tan punzantes.  En Lourdes fui llevado a la gruta; después a hacer el baño en la piscina con la famosa agua de los prodigios, pero no ocurrió nada de extraordinario.  Sólo que luego del baño comencé a tener apetito, no sentía más dolores y debilidad para tomar las medicinas.  Nada más.

“Entretanto volví a Italia, al hospital militar de Trento, donde imprevistamente, mi estado de salud cambió totalmente.  Me sentía bien y quería caminar.  Los médicos descubrieron un brusco retroceso del tumor y una fuerte y repentina reconstrucción, tanto que a fin del mes, al tener la pierna enyesada, comenzaba a caminar.  Sucesivos exámenes, análisis, visitas médicas evidenciaron que el tumor había desaparecido y que los huesos de la pelvis y la cabeza del tumor, ya abundantemente “comidos” por el mal, se había reconstruido.”

Vittorio Micheli, repuesto del hospital, tiene una existencia normal y volvió a su trabajo de albañil.  Trabajó hasta hace dos años, siempre al aire libre, bajo el sol o bajo la lluvia, en la planta baja o en las alturas, llevando pesos y sin haber acusado dolores ni dificultades, nunca más.

Su curación no solo fue instantánea, perfecta, no debida a curas médicas, pero con la clamorosa reconstrucción de sus huesos, queda un «hecho» que lleva a discutir a médicos y científicos.  El 26 de mayo de 1976 la Iglesia declaró que esta curación tiene todas las características para ser considerada un auténtico milagro.

Medjugorje, Torino N° 79 (enero/febrero 98)

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LA REVELACIÓN PRIVADA

Será con el papa Benedicto XIV (+ 1758) cuando se llegará a la conocida formulación según la cual no se debe ni se puede acordar un asentimiento de fe católica a las revelaciones incluso a las aprobadas por la Iglesia¼ sino sólo un consentimiento de fe humana según las reglas de la prudencia. Por tanto, en esencia, ningún fiel está obligado a creer en las revelaciones privadas con la misma fe con la que sin embargo está obligado a acoger un dogma de fe. Pero al mismo tiempo la Iglesia permite y anima la fe en las revelaciones privadas reconocidas como auténticas.

En este punto hay que hacer una precisión entre revelación pública y revelación privada. La Revelación pública es sólo una: la de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia que se expresa en los dogmas de fe. Todas las otras revelaciones, aun siendo reconocidas por la Iglesia y dignas de fe (como en los casos de S. Brígida, de S. Catalina Labourè, de las apariciones de Guadalupe, la Salette 1846, Lourdes 1858, Fátima 1917, Banneaux 1933, etc¼) son revelaciones privadas. La enseñanza magisterial, en la estela de la reflexión teológica, sostiene que el objetivo de las revelaciones privadas no es el de añadir algo a la Revelación, o de proponer nuevas doctrinas, sino ofrecer un mensaje práctico de vida cristiana. Éstas se integran por tanto en el contexto histórico y cultural en el que tienen lugar, quedando inmutables los valores a los que ellas siempre refieren, es decir, de una vida cristiana más auténtica y profunda (¡osaremos decir: mística!).

La Revelación bíblica ha acabado, pero no es un mensaje cerrado: es un anuncio de salvación, es el anuncio de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador que cada cristiano en su propia experiencia personal, con su propia originalidad, está llamado a encontrar personalmente y a encarnar en el tiempo y en el espacio en el que vive, distinguiendo lo que es profético de lo que es sólo anacrónico.  Comprendidas de esta manera, las revelaciones privadas (sean apariciones, mensajes, locuciones u otros) nos ponen en una situación de auténtica libertad cristiana: no reaccionemos frente a ellas de manera represiva (como contra los profetas que lapidaron nuestros padres y a los que hoy veneramos) pero tampoco con credulidad ingenua (como hacia los falsos profetas que nuestros padres honraron y que hoy nosotros condenamos). Los riesgos de quien se adhiere con facilidad a todos los fenómenos extraordinarios son los de una espiritualidad inmadura, temerosa hasta el escrúpulo, anclada en el pietismo e incapaz de acoger con alegría y madurez la libertad cristiana: se le hace extraña la concreción de la cotidianeidad que sin embargo ¡es el objetivo del don extraordinario! Por otro lado, en cambio, quien se acerca a ellas con prejuicio y con un aire de desprecio intelectual corre el riesgo de cerrarse en una fe que ya no tiene nada que recibir de Dios y que quizás tampoco tendrá nada que dar a los hombres. El Concilio Vaticano II, superando la severidad de los siglos precedentes, procura conjugar las dos exigencias e invita a una actitud de prudente y gozosa acogida: estos carismas, extraordinarios o también más sencillos y comunes¼ deben acogerse con gratitud y consuelo¼ pero el juicio sobre su genuinidad pertenece a la autoridad eclesiástica (Lumen Gentium 12).

Obviamente, el discurso se complica en las circunstancias en las que la Iglesia aún no se ha pronunciado definitivamente, como en el caso de Medjugorje. Aquí el fiel, individualmente, fuerte por su unción bautismal y crismal que lo hace rey, sacerdote y profeta (es decir, llamado a leer e interpretar los signos de los tiempos) es invitado al discernimiento personal, comparando el mensaje de la Reina de la Paz con la enseñanza cristiana de siempre. Es por los frutos que se reconocen los árboles.

Mirco Trabuino 
(Eco Medjugorje 158, pág 2, col. 2-3)