La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es un encuentro de jóvenes de todo el mundo con el Papa en una ciudad escogida años anteriores.

A lo largo de una semana, los jóvenes se alojan en escuelas, parroquias o en viviendas familiares y se sumergen en momentos de oración, comunión, esparcimiento y celebraciones que renuevan la fe. Este año se realizó en Lisboa y varios hermanos del Movimiento participaron. Agustina, una de ellas, nos comparte su experiencia y el paso de Dios durante esa semana.


Mi deseo de participar de esta JMJ surgió hace tres años, cuando anunciaron que en el 2023 sería en Lisboa, Portugal: un país que siempre estuvo en mis sueños conocer por mis raíces maternas. Mi abuelo nació allí, en un pequeño pueblo, y tiene una gran devoción por la Virgen de Fátima y sus pastorcitos. Con mucho esfuerzo y sacrificio, por años ahorré para cumplir mi objetivo que por fin llegó.


Fueron cinco días llenos de actividades, canciones y momentos de encuentro y oración. Durante ese tiempo, me alojé en la casa de una familia portuguesa que me recibió como a una hija más.


Por las mañanas participamos de las catequesis con los obispos divididos por idiomas, donde compartí con otros argentinos y jóvenes de México, España, Honduras, Venezuela y Ecuador. Hubo momentos de animación y danza, otros de compartir grupal y charlas. También celebramos la eucaristía e hicimos adoración del Santísimo Sacramento.


Por las tardes, la propuesta era libre para poder elegir la actividad a realizar de la enorme grilla. Había para todos los gustos y carismas: conciertos de música, testimonios, charlas, torneos de deportes, películas, exposiciones de arte, oración y mucho más. También estaba la Ciudad de la Alegría donde pude visitar la feria vocacional y conocer otros movimientos de laicos y consagrados, así como muchas órdenes religiosas. 


Entre la aglomeración de personas y la falta de señal del teléfono celular, parecía que nos perdíamos, pero en realidad nos encontrábamos con las sorpresas de Dios.


Ahí mismo se encontraba el Parque del Perdón, donde pude acercarme al sacramento de la reconciliación en uno de los 150 confesionarios construidos por reclusos de los establecimientos penitenciarios de Coímbra, Portugal. En este misterio, Dios me abrazó con su misericordia y me sentí profundamente restaurada y renovada. Había pasado casi un año sin poder acercarme al sacramento. Lo postergaba, no me hacía el tiempo y tampoco le daba la importancia que tiene. Pude hacer una revisión personal de cómo estaba mi corazón y mis actitudes, y recibir a un Dios Padre amoroso que me decía que –como dice la cita de la carta a los Corintios– en mi pobre vasija de barro, Él podía hacer maravillas “para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.”  

EL REGALO DE LA FRATERNIDAD
Otra gracia que viví en este evento fue compartir y conocer a tantas personas lindas que me acompañaron. Desde el grupo de la diócesis de Buenos Aires y de Zarate-Campana, la banda de Mendoza, los jóvenes de Movimiento de la Palabra de Dios: todos, sin conocernos, éramos hermanos….

Leer el artículo completo comparndo la Revista Cristo Vive ¡Aleluia! Nº247 – SEP 2023