El “sí” de la Virgen a la voluntad de Dios nos invita a que “pidamos al Señor que nuestra vida y la de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de la Madre de la Iglesia”, dijo Francisco.

Una jovencita como modelo de fe

Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.

Una madre con convicciones

María vivió la fe en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

María la primera misionera

María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor. Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús a dicha casa significaba llevar la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.

La iglesia debe ser como la virgen

Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡Este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús.

Una vida unida a Cristo

La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte. Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús solo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?

No agüemos la caridad

Comparemos nuestras actitudes con las de María: ¿Qué pasa con nosotros, que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? ¿Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amor fuerte o débil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado? 

El amor es gratis

¿A Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones que establecemos en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas o nos juzgamos y hablamos mal de los demás? ¿Cuidamos cada uno nuestro “patio trasero” o nos cuidamos unos a otros?

Francisco*

*Extractos recogidos de la Audiencia general del 23 de octubre de 2013.

Publicado en Cristo Vive ¡Aleluia! Nº193 (JUL-AGO-2014)